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Construir un pueblo para la reconciliación

 

Construir un pueblo para la reconciliación social

 

            Por casualidad releía yo estos días La Alegría del Evangelio (EG) de Francisco y me topaba con unos pasajes de gran valor para la justicia y la reconciliación de una sociedad como la nuestra. La EG presenta la paz social de manera muy tangible, es decir, como justicia en la distribución de la renta, como inclusión social de los pobres y como respeto de los derechos humanos de todos (n 218). No es la paz, por tanto y sin más, la ausencia de guerra y violencia en la ciudad, sino el fruto social que nace de un orden social justo, es decir, el que realiza el bien común de un pueblo y de todos los pueblos juntos (n 220).

 

            Y aquí un aspecto muy curioso que he conocido hace poco y que procede de la llamada Teología argentina del Pueblo. En esta corriente, el pueblo es una construcción de los ciudadanos que se responsabilizan de su futuro para no vivir sometidos a la manipulación de las élites; cada persona tiene que trabajar con los demás para construir un pueblo en justicia y paz, lo cual es más que coincidir o estar al lado de otros: es articular “una cultura del encuentro” que sustente, a la vez, la justicia social y la legítima diversidad (n 220).

 

            Crear pueblo y pueblos, en justa y multiforme armonía, con base en la dignidad humana, tiene un proceder peculiar: frente a la prisa y el rédito político fácil, la paciencia, el discernimiento, la dedicación y la generosidad. El conflicto es y será una realidad social, pero el pueblo lo puede transformar en un estadio social nuevo; porque hablamos de tensiones bipolares y no de contradicciones absolutas (n 221); las tensiones bipolares exigen una lucha social que recupera al antipueblo; las contradicciones absolutas e insuperables piensan en su aniquilación (ibid); eso sí, superar el conflicto requiere de personas muy generosas que, al sufrirlo, lo transforman en el eslabón de una realidad social nueva (n 227). Cada generación lo debe intentar para su tiempo y circunstancias.

 

            En la fe, por el Espíritu de las bienaventuranzas, es posible “una diversidad reconciliada” (n 230); en la sociedad política, por la cultura moral del encuentro, también; hace falta gente o pueblo que coloque, por delante de toda ideología y política absolutizadas, la memoria, la equidad y la compasión para con las víctimas; las del terrorismo y las de toda injusticia social; las víctimas de ayer, de hoy y de mañana. Sin compararlas, sin compensarlas, sin olvidarlas.

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