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En cristiano

El Obispo quiere el bien común (de su país, por supuesto)

            Nos dicen que no entendemos, pero no es verdad. Sí entendemos perfectamente al Obispo y a todos los que reclaman la legitimidad moral del derecho a decidir de los ciudadanos de Catalunya, sin presuponer nada sobre la decisión de cada uno y el resultado. Y que sí sabemos que lo avala “in genere” la DSI. Más aún, creo que Catalunya cumple los requisitos de una nación (si bien yo como Obispo, “como Obispo”, no lo diría en una acto de “magisterio pastoral”, si hubiese católicos en mi Diócesis que lo discuten).

Lo que me sorprende es la insistencia de la carta y de tantos otros, en “conducirse por lo que creáis mejor para el bien de Cataluña”. Primero queda elegida mi nación, la que sea, “Cataluña, Euskalherria, España, Francia, Polonia o Argentina”, y en ese horizonte, hablemos de su bien común para legitimar mi responsabilidad moral social. Es pobre. Para unos cristianos, y con mil compromisos con otros pueblos hermanos, -sí, hermanos-, es poco.

La solidaridad sufre mucho y el cristianismo debe decirlo…Yo creo que la moral social cristiana debe decir algo sobre la solidaridad más allá de mi nación identitaria, tanto más si convivo de siglos con otros; y si no también; como cristianos, un poco más que el común a la hora de decir cuál es el bien común que legitima nuestra decisión. ¿El de mi país? ¿El de mi nación? Y ¿por qué no el mío, sin más? O ¿el de mi familia, y punto? Si los pueblos y los grupos sociales más pobres no ganan con mi decisión, mi país, y en cristiano, es poco. No deja de ser otra manera de decir, “mi nación es una realidad moral primigenia”. Somos así iglesias nacionales cristianas. Me desconsuela bastante.

El movimiento social y cultural -el cristianismo- que mejor podía cuestionar la realidad nacional y estatal en Occidente -en sus realizaciones etnocéntricas y egoístas. O sea, todas-  se aviene a compartirlo como derecho fundamental de los de mi pueblo. Ahora a ver quién convierte la nación y el Estado en realidades políticas de liberación popular solidaria fuera de su territorio (y dentro). Por ahí van mis reservas.

            Por tanto, creo que un Obispo, y una Iglesia, deben asumir en su magisterio social el derecho de autodeterminación de un pueblo como Catalunya con mucha más cautela ética. La primera pregunta en moral social cristiana es yo qué debo a otros en cuanto a la justicia y la solidaridad, y no a qué tengo derecho yo para mi identidad diferenciada en solitario. Opino.

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