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En cristiano

Cristianos y anticapitalistas, ¿cómo no?

Leyendo a cristianos y cristianas que admiro, me acerco con gusto a sus palabras más interpelantes, y a fe que proponen una denuncia de la realidad social muy viva y clara. Por su fondo espiritual y evangélico, y por su forma directa y comprometida, están resonando voces de calidad en el catolicismo social español. Vienen de la tercera o cuarta fila, incluso de las filas del fondo, – casi nunca de la primera -, pero llegan nítidas y cada vez más directas. Ante ellas me encuentro conmovido e interpelado, y casi siempre socialmente superado. Lo digo como es, porque tengo ojos para mirar y ver. No me preocupa no ser el primero en la frontera social, sino no estar a tiempo y con alguna eficacia donde las víctimas nos reclaman.

Con ánimo de sumar e impulsar este diálogo moral y social en la Iglesia, me pregunto muchas veces, – y lo reproduzco aquí -, por qué defiendo un cierto liberalismo social o un cierto socialismo liberal, – según se mire la idea-, como propuesta todavía digna para una vida pública justa; por qué mantengo esta idea si hay otras por lo menos igual de legítimas en el cristianismo, y desde luego más contundentes contra la injusticia capitalista y con las víctimas.

Y, sin embargo, la veo como una propuesta social necesaria; ciertamente, de paso hacia otras más radicales, pero un escalón necesario en la historia real de nuestros pueblos. Y mi razón, la muestro desde el principio. Doy mucha importancia a ir de la mano en lo social con los más posibles y, por tanto, facilitando tejer redes de caridad social y alianzas de justicia social con ellos. Pienso en los cristinos, pero vale igualmente para la sociedad civil. En el fondo, se trata de no romper demasiado pronto con casi todos, – de convertirlos por casi nada en nuestros enemigos sociales, por causa de la mínima diferencia cristiana o laica -, y así hacer imposible una mayoría social por los derechos de los más pobres del mundo. Hablo de una ortodoxia flexible y sabia en la vida civil, y tambien en la lucha social de los cristianos: en su caridad y en su compromiso por la justicia. Avanzar siempre con los más posibles, ya que no con todos, ¡ojo!, porque no pocos son irrecuperables en su riqueza y poder. Para ellos, convertirse es transformar su existencia material y política a la justicia.

Una y otra vez repienso con inquietud esta opción social tan prudente, – lo repito -, al ver que en la vida cotidiana se multiplican las razones que exigirían prima facie alternativas políticas y sociales más rotundas e inmediatas en su identidad transformadora. Por tales razones, pienso en la crisis general del capitalismo neoliberal, anclado a una lógica economicista e instrumental en todas las direcciones y fines; y pienso en todas las víctimas que esta economía neoliberal provoca con su gestión economicida y sin remedio en los diversos pueblos de la tierra; y pienso en las víctimas de tantos lugares cuya situación sólo entendemos cuando somos nosotros quienes la padecemos; y recuerdo a los adalides del pensamiento social cristiano, – al modo de Ricardo Alberdi -, que mostraron muy bien, – y lo comparto -, por qué el capitalismo es incompatible con el cristianismo; como moral y como religión, el cristianismo es incompatible con el capitalismo real e histórico, – decía Alberdi -, porque obedece a una lógica tan clara como inevitable: la que persigue el máximo beneficio monetario posible y su privatización extrema por pocos frente a casi todos; y, además, ¡a cualquier precio!; lo que dictan los mercados de dinero, frente a las personas, las culturas, la tierra y la familia humana, – decimos hoy -. Es la cosificación de la vida social y de las personas, y de ese modo, – cabe concluir -, es imposible hacer comunidad, proponerse la justicia, y creer en Dios. El Dinero es Dios de sí mismo, y no admite a ningún otro a su lado, – sugería también Ricardo Alberdi -. Merece la pena volver sobre sus textos y ver cómo trataba la cuestión del capitalismo de un modo que parecía extraño a la ciencia económica, “razones cristianas para el rechazo del capitalismo”; releyéndolos, uno comprende qué hay al fondo del único capitalismo realmente existente.

Todos sabemos que la doctrina social de la Iglesia a menudo ha desarrollado la idea de diferenciar capitalismos y capitalismos, para decir que alguno sí es compatible con el cristianismo. Cuando la más reciente enseñanza social de la Iglesia ha querido decir cuál sí y cuál no, – al describirlos -, ¿qué ha ocurrido? Que ese capitalismo que puede ser compatible, – si por capitalismo entendemos… pero si por capitalismo entendemos -, no existe, ni ha existido, y para existir en el futuro, exige un control social de la Propiedad, del Mercado, del Estado y de la Información, que ya es otra cosa que el capitalismo. No sé cual, – yo lo llamo, liberalismo social o socialismo liberal -, pero es otra cosa. David Schweickart lo ha mostrado. Una sociedad con mercado es posible, pero una sociedad de mercado y propiedad privada absolutos, no. Una ruina social.

Me impresiona en este problema, por fin, el testimonio que el evangelio repite una y otra vez acerca de la predicación de Jesús sobre “el Dinero” y “la Riqueza”; apabullan sus dichos y parábolas innombrables para un oído moderno sobre el corazón de Dios ante los pobres y los ricos, y sus relaciones de injusticia. Eran otros tiempos económicos los de Jesús, – todos lo sabemos -, pero la clave de fondo en el uso común de lo de todos y del servicio a todos en la gestión de lo propio, esto no tiene muchas vueltas exegéticas. Evidentemente, en esos dichos hacen pie los mejores manifiestos cristianos por otro modelo social alternativo al capitalismo neoliberal de nuestros días, – José Antonio Pagola, por ejemplo -, y las prácticas políticas cristianas más exigentes en lo social, – las de la red de comunidades cristianas populares, por ejemplo -; en fin, las de todos aquellos cristianos que se suman al movimiento civil de indignados y, en la más variadas formas, luchan por una sociedad más justa y democrática, – movimientos apostólicos obreros y tantos otros -; las de todo el voluntariado cristiano de caridad que acoge y cura inmediatamente, sin perder el sentido de la justicia social. Sabido es que reclamo de mil maneras esta cautela en nuestra caridad.

En este marco de reflexión, y reconocido que el Evangelio de Jesús y su mejores lecturas y práctica samaritanas nos inducen a una posición social antisistema, contra el capitalismo neoliberal, financiarizado, economicida y totalitario, – el que ha dejado sin márgenes morales no sólo a la gente sencilla, sino a sus grandes instituciones sociales, – Mercado, Propiedad, Estado y Cultura -, ¿por qué seguir hablando de las oportunidades humanas, – y por tanto, cristianas -, habidas en un liberalismo social o en un socialismo liberal, y esto como una opción social, – intermedia o de paso, pero real -, no menos ética y evangélica que otras más radicales en lo social? Voy a dar dos razones. Una de índole política y otra antropológica; y en las dos, con un fin muy preciso: sumar el mayor número posible de cristianos a un sujeto social y político alternativo, que se implica por una sociedad más justa para todos, en los más pobres, y, por ende, más próxima al reino de Dios; y que piensa en un mundo interdependiente, más allá del propio país o unión de pueblos. Pienso en Europa.

En cuanto a la primera razón, desde luego no puedo mostrar en unas pocas líneas que es posible y moralmente muy cuerdo pretender un camino político que defienda ya una reforma en profundidad del modelo social capitalista, y que esta reforma, se sitúe en la dirección correcta para facilitar una alternativa democrática y económica mucho más justa, y no capitalista. En este caso, yo la pienso en clave de decrecimiento y de soberanía democrática en todas las direcciones y ámbitos. Pero esto es el final feliz de una película que requiere de pasos intermedios para ganar a la gente, a mucha gente, como sujeto revolucionario. No veo a las clases medias dispuestas a aventuras políticas revolucionarias, y no veo que sin ellas se pueda ganar a la sociedad civil para un movimiento democrático de masas. No veo a la mayoría de los cristianos sumándose ética y políticamente a una alternativa social radical y ya. En consecuencia, la necesidad de un cambio social verdadero, – en las estructuras sociales y en la conciencia moral de las personas -, requiere pasos intermedios, prácticas compartidas, organizaciones abiertas, ritmos soportables por las mayorías,… hasta componer un movimiento civil muy extendido por la justicia social y la dignidad humana, y la mayoría del cristianismo en él. Creo en los que abren camino y movilizan a los demás tras objetivos sociales claros y exigentes, pero con la modestia de un solo paso por delante del movimiento civil o cristiano. Las vanguardias omniscientes para dirigir a todos y ya hacia “el bien social”, no van conmigo. Creo mucho más en la concienciación compartida y en la posibilidad de moverse por pasos intermedios contra un modelo social imposible, por lo injusto e insostenible, a otro que tiene que acogernos a todos, ganado entre los más posibles, e impuesto sólo a quienes lo impedían con su poder no controlado ni democrático, su propiedad acumulada sin límite, su verdad poseída e inapelable. Hacer juntos el mismo camino, aceptando algunas diferencias no menores y hasta trechos cortos que suman a los más posibles, de esto hablo en la iglesia y en la sociedad. No es un cambalache moral y político con todos, sino un movimiento civil y eclesial que acoge, crece, reconoce y exige a los más (el pueblo) un práctica autónoma frente a los menos (las élites), sin cuya deposición está claro que no hay justicia.

Por supuesto, – enésimo reconocimiento -, veo las insuficiencias de mi propuesta básica, pues cuando algo multiplica sus injusticias e ineficiencias sociales hasta límites insufribles, – el sistema social capitalista neoliberal -, es difícil pensar en algo que solo parece, – ¡parece! – su mejora desde la perspectiva de las víctimas o de la ecología integral. ¿Para qué darle aire y vida al desastre? O cuando algo se ha ido retocando de mil modos, y cada intervención multiplica los males sociales anteriores y somete a dictados más opacos y concentrados sus instituciones centrales, -Mercado, Propiedad, Estado, Información -, es difícil verle una salida que no sea deconstruir y reedificar. Y cuando en clave de conciencia cristiana, repugna ver los intereses y falacias que concurren en torno a la práctica real sobre los derechos humanos, la persona y la vida digna, el trabajo decente, la función social de la propiedad, la soberanía democrática de los pueblos, la irrenunciable satisfacción de las necesidades básicas de la población, la relación fundamental de medio a fin entre los factores de producción y las personas, el derecho natural primigenio al uso común de todos los bienes creados, la atención preferente a los más pobres y vulnerables de la vida, la familia humana que todos los pueblos conforman, la responsabilidad solidaria que todos tenemos con todos, hecha derechos y deberes, … el uso sobrio de lo escaso, la austeridad de vida y la solidaridad compartida, el aprecio de lo espiritual no mercantilizado, de la gratuidad, del perdón, … en fin, y sin resbalar hacia la quimera social, de las oportunidades dignas de vida para todos y para las generaciones venideras… cuando alguien sabe esto, – decía -, ¿cómo no pensar en una posición política de rompe y rasga como la única ética y cristianamente digna frente al único capitalismo realmente existente? Pero, ¿quién ha dicho, – devuelvo la pregunta -, que el camino de las gentes y los grupos tejiendo una inmensa red de iniciativas sociales de hondo significado humano y social alternativo, – casi siempre a nivel local y con las posibilidades limitadas de nuestra realidad civil o eclesial -, sea menos revolucionario o liberador que el proyecto radical y completo de una vanguardia, – o de una profecía -, que lo sabe casi todo para todos desde el principio?

Y en cuanto a la segunda razón que doy, ésta: Tengo para mí que una posición social de rompe y rasga también debe contrastarse con claves antropológicas muy crudas, y en ellas, pensar si las toma en cuenta en sus opciones sociales concretas, para evitarnos decepciones muchas veces, y hasta fundamentalismos en otras. Cuando eliges el mejor proyecto de sociedad posible, hay un gran riesgo de que el fracaso social genere “decepción” en los voluntarios, – ¡qué lejos quedamos de lo soñado -, o fundamentalismos, – si era esto, mejor no movernos -. Por tanto y adelanto mi tesis final, las opciones sociales alternativas ante una crisis como la presente, – en moral política laica y en conciencia cristiana -, pueden tener un sesgo más reformista o más revolucionario, – o como yo defiendo, ser pasos sucesivos de un mismo proceso histórico, – según maduran en él las fuerzas sociales y cristianas que lo van respaldando en su evolución -; pero, en todo caso, no debemos renunciar a una concepción del ser humano muy realista, para saber de la frágil condición humana y contar con ella en todo momento. El ser humano que somos, – y cuánto condiciona la sociedad que tendremos -, sí que lo tenemos que acoger desde el cristianismo más alternativo en nuestra práctica social por la justicia. (Ya sé que esto se presta a dar aíre a nuestros adversarios en la sociedad y en la iglesia, pero aún así, lo digo). Saltamos rápidamente de nuestra condición social de humanos con otros, a nuestra condición connaturalmente solidaria. La primera es un hecho observable en cómo nacemos y crecemos, la segunda, es un hecho en discusión sobre si obedece a nuestra condición natural humana o a nuestra educación moral sobre lo preferible y mejor. Advertir de esto, significa dotar a la acción pública por la justicia de un toque de realismo imprescindible.

De hecho, la impresión es que a menudo, no pocos de nosotros somos dados con facilidad al egoísmo social y al cambio de opciones políticas en cuanto se resuelve lo nuestro. También con esto hay que contar al constituir movimiento moral y político alternativo. En este sentido, me alegra mucho escucharle a Adela Cortina que la idea de que el apoyo mutuo nos constituye no es una idea abstracta, surgida sólo de la tradición filosófica, sino que tiene también bases científicas. Realmente, es muy importante esta aportación al fundamento moral de la sociabilidad compasiva (Neurofilosofía práctica, se titula su obra). Vieja como la vida misma es mi advertencia: la antropología de base en nuestras opciones de lucha social tiene que integrar este factor de distorsión de la vida buena en común que es el pecado personal, – el egoísmo y la incoherencia de que salvado la mío, todo va bien -, para evitarnos decepciones sobre nosotros mismos y sobre los otros, y para tener siempre los pies en la tierra. Todo lo haremos a la medida de los humanos; las alternativas sociales, también. Lo que importa es que nuestras incoherencias morales o sociales, no sean definitivas, porque, en la fe, el pecado nunca es la última palabra sobre nadie, y en la confianza humana, tampoco. Nadie es definitivamente malo y con necesidad ontológica.

De esto último, la teología y la Iglesia más conservadora saben mucho, pues es su especialidad, ¡y hasta su disculpa moral, al callar sobre los males sociales y las estructuras en que se inscriben! De hecho, prologan la influencia de la codicia personal hasta oscurecer el peso de las estructuras de pecado y los grupos sociales que las sostienen. Esa insistencia tan sesgada en los rincones egoístas del alma humana, viene de donde viene, – dicho queda -, pero no hay que despacharla por la vía de ignorarla al enfrentarnos a los males de nuestro tiempo, y a los cambios que requiere una convivencia social en justicia, una civilización del amor que gustamos decir. Por eso hacemos bien al insistir en el cambio de actitudes y valores en las personas que requiere la vida social buena, a la par que afirmamos la justicia de las condiciones sociales en que aquéllas germinan y crecen. Nadie es definitivamente malo y con necesidad ontológica, he dicho, y ahora añado, nadie deja de serlo si se mantiene pasivo en estructuras de pecado, las que cristalizan desde el afán de ganancia y la sed de poder, y éstas a cualquier precio. O sea, el sistema social neoliberal.

Era “algo” sobre diversas cuestiones cristianas y laicas que aparecen alrededor de una alternativa social más justa, y los caminos que nos han de acercar a los más posibles en trechos y complicidades varias. Algo frente a cómo situarnos los cristianos (y otros) ante la injusticia del capitalismo neoliberal, el único realmente existente.

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