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Jesús Zulet

Ja-ja

Quevedos

En el tiempo de los telescopios modernos me interesan más los quevedos. Nos ofrecen una mirada más crítica y hasta nos brindan más protección frente a las peligrosas radiaciones de los distintos poderes. Forges tuvo la brillante idea de poner ese nombre a la revista que la Fundación de la Universidad de Alcalá lanzó sobre el Humor Gráfico con proyección internacional. Y acabamos de cumplir 12 años. Nos hemos lavado la cara. Y me ha caído en suerte cambiar el diseño de la cabecera.
Ya teníamos el diseño del prestigioso premio que cada dos años conceden los Ministerios de Cultura y Asuntos Exteriores. Antonio Mingote estrenó este palmarés a manos de los Reyes de España.
Y dictó su brillante lección inaugural. En el legendario escenario cervantino y ante un atento cortejo real D. Antonio subió al púlpito y nos contó sus primeras batallas con los lapiceros. Cito de memoria el relato de Mingote: “De muy niño regalé a unos amigos de mis padres un dibujo que había hecho con el mayor esmero. Lo tomaron con simpatía y me dijeron: ¡Qué bonito, le pondremos un marco! Y yo pensé, creo que en vez de hacer dibujos será mejor que me dedique a hacer marcos”.
Apuntaba desde muy temprano el ingenio de nuestro maestro. Pero también ponía el dedo en la llaga de manera precisa: el valor del dibujo infantil. En cuanto empezamos a sobrevolar y radiografiar nuestra vida empiezan ya a recortarnos y a clavarnos las alas. Todo lo que el niño ya sabe de la vida, todo su valor existencial…. se graba en los primeros dibujos. Y a ojos de los mayores queda en el mejor de los casos en un insignificante “muy bonito”. Los rayos x de la mirada infantil tienen todas las equis, las “x” más cargadas de incógnitas de toda nuestra existencia. Y las más decididas. Ahí encaja el mundo entero, los valores que atribuimos a quienes nos rodean.
Siempre me ha parecido estúpida la pregunta que se suele hacer a los peques: ¿a quién quieres más a tal o a cual?. Me ha parecido doblemente estúpida porque la respuesta casi siempre está previamente dibujada. Ja-ja. En cualquier garabato de ese pequeño está la clasificación emocional de todos los personajes que habitan su mundo. Y nos negamos a ver.
Cuando se implantó el divorcio en este país los equipos psicotécnicos hacían dibujar a los niños a la hora de tomar la trascendental decisión sobre su convivencia familiar. Y hay muy buenos estudios. Jamás he visto a ni un sólo padre preguntar sobre estos recursos. Ni he conocido que los profesores fueran capaces de ver con los niños los valores que analizaban los psicólogos, como si esos valores se hubieran esfumado de los dibujos realizados. Como si esos valores fueran de los técnicos y no estuvieran en el hacer de los niños. El dibujo lo miramos como estética fuera de toda carga vital.
Y para agravar la cosa además solemos censurar. Desde una supuesta técnica del dibujo nos encargamos de apuntillar con comentarios tales como “los brazos están desproporcionados”, “las rayas se salen de su sitio”. ¿Cuál es el sitio de las rayas?. Los brazos que dibujan los niños definen la longitud de la capacidad de comunicación de cada una de esas personas. Pero nosotros los adultos, adulterados sería más correcto, nos encargamos de abortar sus genuinas expresiones. Y lo hemos jodido, estamos castrando radicalmente el lenguaje visual desde los primeros pasos. No se puede entender nada de la comunicación visual si no empezamos a valorar la profunda carga de comunicación de los dibujos infantiles.
Necesitamos enormes quevedos para ver esos pequeños detalles, los detalles trascendentales que nos hacen crecer. ¡Qué ve uno…!

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Por Jesús Zulet

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