MOBILIARIO URBANO por ÁNGEL RESA

Vitoria anticipa el invierno para rebajarnos el estado de ánimo a cota cero

Antes de la revolución tecnológica que deja obsoleto el descubrimiento de ayer, las compañías discográficas aprovechaban la llegada del buen tiempo y sus sonidos evocadores de olas en la playa para perpetrar aquellas infames recopilaciones. Las titulaban ‘Verano Mix’ y se vendían en gasolineras y lugares de paso entre puntos de origen y de destino. Me dispongo a escribir una menestra de acontecimientos sucedidos durante la semana frente al ventanal que aísla del frío, pero que no protege de la tristeza. El clima condiciona la vida y este gris sin esperanza nos mete en el túnel melancólico. Lejos de abrazar aquellos ‘hit parade’ estivales, prefiero tararear la ‘Balada de otoño’ del maestro Serrat.

El ‘noi del Poble Sec’ cuenta que detrás de los cristales llueve y llueve. Si en vez de criarse a la orilla del Mediterráneo lo hubiera hecho en el clima recio de Vitoria, tal vez su canción incluyera referencias al aguanieve. Dícese de la precipitación a cámara lenta que traspasa la carne para mojar el esqueleto, gotas albinas que empapan el patio del colegio. Nos reprochan un cáracter que, de tan serio, puede rozar lo taciturno. Pero qué quieren, la meteorología aquí no incita a bailar sevillanas. Salvo bajo techo, claro.

Aunque tenemos muestros modos autóctonos de diversión. Por ejemplo, la festividad callejera de Santiago. Ante el temor de que la jornada fuese laborable -bueno, para quienes conservan el trabajo- ha salido el lehendakari al rescate. Nos cambia la conmemoración de Euskadi por la del blusa y a saltar. Como diría Pocholo, “fiestaaaa”. Es más, las cuadrillas anuncian que se calzarán las abarcas -quizá necesiten traineras- el primer domingo de diciembre. Unos valientes, que el otoño vitoriano se funde con el invierno en un propósito común: bajar los estados de ánimo a cota cero.

No queda otra que recurrir a las iniciativas para no ahogarnos en nuetros propios exabruptos, arcadas malsonantes que buscan hueco por las gargantas ante el estado general de las cosas. Por ejemplo, la unión de unos cuantos hosteleros locales para que Vitoria se cuelgue la medalla de la gastronomía en 2014 tras las ya galardonadas Logroño y Burgos. Tradición, y buenos resultados, tenemos con las semanas del pintxo y la cazuelita o aquella extinta Ardoaraba que nos transformaba en enólogos ambulantes, de carpa a carpa y bebo porque me toca. Profesionales del sector creen que decisiones como la que abanderan contribuyen a “hacer ciudad”. Y buena falta nos hace bogar juntos, que tendemos a blandir los remos cada uno por su lado.

Como cualquier otra semana, esta también ha incluido esperanzas, cabreos y realidades. Entró en vigor la ‘e-rezeta’ y algunos lo comprobamos al día siguiente de que Iñigo Urkullu visitase una farmacia vitoriana en el barrio que en su día ensalzó Donnay. Lo primero que hizo el colegiado, mi boticario de cabecera, fue pronunciar una interjección corta y rotunda. “Buff”. Con la chuleta de las prescripciones mensuales en una mano y los dedos de la otra en el teclado del ordenador calculó las cajas que podía dispensar en el mes. “Estas sí, estas no” -suena a otra canción de éxito en su tiempo- según los colores del semáforo. El sistema parece adecuado para que no nos montemos un altar de medicamentos exagerado en casa, pero requiere el inevitable proceso de transformar la novedad en costumbre.

Durante estos días hemos comprobado, además, que un tuerto de mal agüero fija en el Baskonia la visión de su único ojo útil. O que la Diputación pretende invertir de nuevo dinero en las carreteras tras una larga temporada de asfalto en barbecho: dos vías de la Rioja Alavesa y, por fin, la variante de Saratxo. Empecé el artículo con lluvia nívea constante y nos sorprendió en la tarde con una nevada verdadera. El famoso clima vitoriano, que se forma un lío con las estaciones y adelanta el invierno para colarlo en una balada de otoño.