La contrareloj por equipos nunca ha sido una disciplina muy habitual en el ciclismo. Son escasas las ocasiones en las que debemos afrontar este tipo de retos. Normalmente suelen ser sesiones individuales, en las que debes centrarte en ti mismo, en tus fuerzas, e ir cubriendo el recorrido lo más rápido posible. No tienes muchos momentos para tomar respiro, eres tú solo contra el reloj, que corre imparable y no te da margen para el descanso.

Debido a las reducidas ocasiones en las que afrontamos este tipo de citas, los 39 kilómetros de la etapa de Montpellier fueron una prueba de fuego. Antes de viajar a Francia nos juntamos unas cuantas veces y trabajamos a fondo esta modalidad. La cadencia de los relevos, la manera de trazar las curvas, la colocación ordenada en fila… son factores que cobran una importancia vital para marcar un buen registro. Una buena dinámica te permite tomar aliento mientras vas a rueda de los compañeros, llegar con fuerza al relevo para mantener una velocidad elevada y llegar a meta lo antes posible para poner fin al sufrimiento inherente a una competición que te exige el 100%.

De todas maneras, eso de mantener el ritmo en la etapa de ayer era un quimera. No sé la cantidad de rotondas y curvas de noventa grados que tuvimos que sortear, además de tener que poner el plato pequeño un par de veces. Arrancar, parar, arrancar… Fue una contrareloj muy técnica, en la que tuvimos que hilar muy fino para acabar décimos. Con la categoría de los conjuntos que hay en este carrera, el décimo puesto es digno de mención. El trabajo desarrollado en Derio no ha sido en balde. Pienso que nos merecemos una buena nota.