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Alberto Rodríguez: “Hace 40 años se hizo un pacto en este país que a lo mejor ya no vale”

La convulsa España de 1980 es el trasfondo de ‘La isla mínima’, un fascinante ‘thriller’ ambientado en las marismas del Guadalquivir que aspira a la Concha de Oro en el inminente Festival de San Sebastian

 

El mejor director español vivo», titula este mes la revista “Cinemanía”, que adjudica cinco estrellas a “La isla mínima”, la película con la que el realizador sevillano compite por la Concha de Oro. «Es un titular hiperbólico. De hecho, mis amigos me llaman “la más grande”, como si fuera Rocío Jurado», bromea el director de “After” y “Grupo 7”, que sitúa en la España de 1980 las pesquisas de dos policías que investigan la desaparición de dos niñas en las marismas del Guadalquivir. Bajo la (fascinante) apariencia de un “thriller”, “La isla mínima” salda cuentas con un pasado inmediato que proyecta su sombra sobre el presente.

 
– En el germen de “La isla mínima” están las fotos de Atín Aya en las marismas del Guadalquivir.
– Vi una exposición suya y descubrí un mundo fantástico. Aya usó los mapas militares del terreno para su trabajo, porque en ningún otro sitio aparecían esos caminos. Fotografió los paisajes y retrató a la gente como testimonio de una forma de vida que se está extinguiendo. Son fotos crepusculares, de escenario de western más que de cine negro. De hecho, “La isla mínima” tiene algo de western. Suelo citar como referente “Conspiración de silencio”, de John Sturges. Spencer Tracy llega en tren a un pueblo en busca de un amigo y nadie le cuenta nada…
– El modo de vida de las marismas, la producción de arroz, desapareció en los ochenta.
– Eran extensiones brutales, treinta y pico mil hectáreas de cultivo de arroz. Para explotarlas se crearon poblados de colonos, como en “Arroz amargo”. Cuando el campo se mecanizó, esos pueblos se fueron quedando en nada, con gente en mitad de ninguna parte.
– “La isla mínima” parte de un esquema manido -la “buddy movie” o película de dos policías de caracteres contrapuestos- para después dinamitarlo.
– Al principio no tenía el trasfondo de la Transición. Entonces vi dos documentales por recomendación de un amigo: “Atado y bien atado” y “No se os puede dejar solos”, de los hermanos Bartolomé, hechos en la Transición. Dan un sentido a ese momento y son bastante diferentes a la historia oficial. Reflejan perfectamente la tensión que había en 1980 en España, que finalmente desembocó en el golpe de Estado y en algo que quizá ahora esté entrando en cuestión. 1980 y 2014 se parecen bastante en algunas cosas.
– Dos personajes que simbolizan las dos Españas.
– Uno viene del antiguo régimen y otro de los nuevos aires que trae la democracia. Lo de las dos Españas se lee bastante bien.


– Ese trasfondo político se cuenta con sutileza, porque ante todo “La isla mínima” es un “thriller”.
– Cualquiera de las dos lecturas es buena. Algunos espectadores se van a quedar sorprendidos al descubrir que en este país existía una brigada político-social. Gente que no fue castigada.
– Dibuja una sordidez y violencia que no estamos acostumbrados a ver en “Cuéntame”.
– Afortunadamente en cuarenta años de democracia han cambiado muchísimas cosas. “La isla mínima” se pregunta si nos vale un pacto que hicimos hace cuarenta años, impulsado por unos militares que nos dijeron hasta aquí y punto.
– Y todo eso ambientando en un lugar fascinante, casi inédito en el cine.
– En esas marismas siempre tienes la sensación de que hay algo raro. Hasta 1937 no se empezó a cultivar arroz, fue un invento del bando fascista porque el arroz se había quedado en el lado republicano. Hay un pueblo llamado Queipo de Llano y donde rodamos por fortuna ya no se llama Villafranco del Guadalquivir. Una zona con un pasado muy oscuro y turbio, donde trabajaba gente a la que no se pedía la documentación. El entorno de la historia tiene que ver con ese viejo régimen que todavía no se ha pasado a la democracia. Pero que yo cuente la metáfora es obsceno, mejor que el espectador saque sus propias conclusiones.
– Este año coinciden muchas películas políticas en el Zinemaldia: las de Isaki Lacuesta, Icíar Bollaín, Borja Cobeaga, Pablo Malo… Como cineasta, ¿tiene una responsabilidad social?
– Claro. He hecho una película ambientada en los ochenta, que parece que no habla del momento actual. Me gusta el cine que hace pensar al espectador, aunque como primer ejercicio siempre me exijo que el público se entretenga. En este caso, he intentado que el espectador no despegue los ojos de la pantalla. Como ciudadano, soy crítico con el momento que vivimos. Me parece bien que las películas se carguen con algún tipo de función.
– ¿Es cierto que ha sido su película más difícil de rodar?
– Tuvimos muchos problemas: llovió a cántaros, nos sorprendieron las mareas, accidentes de tráfico… La cosecha se adelantó por el calor y los ensayos se cortaron, todo el proceso fue muy acelerado. Esas marismas son inabarcables, no están hechas para los seres humanos, sino para los mosquitos.


– Como protagonistas elige a dos actores habituales en papeles de reparto: Raúl Arévalo y Javier Gutiérrez.
– Son dos actores con una carrera larga y consolidada, que han hecho mucho teatro. Los policías de la época nos contaban cómo trabajaban. Llegaban a la escena del crimen, veían las manchas de sangre, las huellas y poco más. No era como “CSI”, el resto era preguntar a la gente.
– El filme, que Warner estrena el 26 de septiembre, tiene vocación comercial. ¿Le molesta esa palabra?
– Para nada, me parece estupenda. Lo mejor que te puede pasar es que tu película la vea mucha gente y la disfrute. Como ocurrió con “Grupo 7”, que hablaba de cómo se pasa por encima de la ley para determinados fines.
– ¿Y cuando la cosa sale mal, como en “After”, que pinchó en taquilla?
– No se vio nada. Se te queda mal cuerpo y te haces muchas preguntas sobre qué has hecho bien o mal. En el fondo sigo teniendo mucho cariño a “After”, aunque quizá fue demasiado autocomplaciente.
– Sus películas siempre se anclan en la realidad, sean las Tres Mil Viviendas sevillanas o el desencanto de una generación.
– Si tuviera que definir mi estilo, ese sería el único punto en común. Siempre tengo la necesidad de partir de la realidad. Incluso en ficciones como “La isla mínima”, el personaje de Raúl Arévalo está inspirado en un policía real, Jesús Merino, al que expedientaron por enviar una carta a “El País” criticando una declaraciones de Miláns del Bosch diciendo que necesitábamos un golpe de Estado.
– ¿No le da miedo competir en San Sebastián, con esa tradición de palmareses demenciales?
– Para nada, voy muy contento. Va a ser un buen año con una camada de películas españolas muy interesante. Sólo he visto “Negociador”, de Cobeaga, y me ha encantado.
– Qué paradoja: un buen año de cine español con lo mal que está la industria.
– Sí. Es responsabilidad de un grupo de gente que cree que tenemos la obligación de seguir contando cosas. El amor por la profesión por encima de lo que haya, porque ves películas que se han hecho con lo puesto. Se está produciendo por encima de lo difícil que nos lo están poniendo.


– ¿Se ve con opciones de premio?
– Yo estoy contento de ir a San Sebastián, porque el día 20 se proyecta y el 26 se estrena. Es una buena plataforma para darle visibilidad, la competición es un valor añadido. Si no hay premio, no me voy a deprimir. Tengo muy buen recuerdo del festival y es la vez que voy más relajado.
– ¿Y esa próxima película sobre Francisco Paesa, exagente de los servicios secretos españoles?
– Se aparcó en su día, porque quizá era demasiado ambiciosa: localizaciones en África, Asia, Europa, América… Es posible que rodemos una versión más reducida el año que viene, centrándonos en el caso Roldán.
– ¿Qué le hace tan fascinante a Paesa?
– Paesa atraviesa la Historia española, desde los servicios secretos de Carrero Blanco hasta hace poco, que estafó a un magnate ruso. ¿Cómo ha podido sobrevivir siempre con inmunidad? Paesa tiene muchísimo que ver con el momento que vivimos, con lo de Pujol, sin ir más lejos. Con esa gran partida que juegan unos tipos ahí arriba asaltando la banca y de la que no nos enteramos los ciudadanos. El filme habla de un espía al que le gustaba mucho la notoriedad. Así que no podrá ser otra cosa que una comedia.

 

 

Por Oskar Belategui

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