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Esto va de sexo

Negar la evidencia: infidelidad

¿Por qué será que ningún infiel reconoce serlo? Lo niegan a muerte, o les pillas con las manos en la masa o… te puedes dar por… En el típico skech de televisión veríamos a uno escondido en el armario,  al marido de la infiel abriendo la puerta (puede ser al revés, ehh) y el de dentro diciendo: “no es lo que parece”.

El miedo a perder lo que tenemos, sea bueno o malo, nos hace aferrarnos a un clavo ardiendo, y el infiel se apega a lo seguro pero… coge oxígeno en otro sitio. Mientras,  el engañado se quiere creer aquello que le cuentan, por muy rocambolesco que parezca,  para no tener que actuar, para no dar un golpe en la mesa y mandar a paseo al que le ha traicionado y “maltratado” porque está claro que la infidelidad cuando existe la sospecha es un sin vivir que uno acepta o traga, algunas veces mejor que otras.

¿Por qué tragamos? Nos dejamos llevar por el miedo a la soledad tan humano como la humanidad misma. Y no nos damos cuenta de que en realidad ya estamos solos, peor que solos, estamos mal acompañados y mientras mantengamos esta mala compañía no podremos tener una buena.

Esperamos que cambie, ¿pero cómo podemos esperar que alguien cambie si ni nosotros mismos somos capaces de cambiar?, de dar el salto, de enfrentarnos a nuestros fantasmas. Pedimos un imposible.

Quien haya leído el libro de “Quién se ha llevado mi queso” sabe que siempre tenemos que tener puesto el chándal y las zapatillas de deporte, la vida es movimiento y debemos de estar preparados para los cambios que se nos plantean.

¿Y sabéis que? Cuando nos atrevemos resulta que el fantasma no era ni tan grande, ni tan malo.

Tanto al infiel como al traicionado animarles desde estas líneas a que se pongan el chándal y las zapatillas y afronten el cambio que la vida les pide.

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Por Lurdes Lavado y Mertxe Gil

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junio 2015
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