Con alguna excepción llamativa, las dos últimas semanas han sido pródigas en llamamientos a la serenidad y a la cordura desde el palacio de Ibaigane. La directiva rojiblanca ha reclamado tiempo para José Luis Mendilibar y ha insistido mucho en que a un entrenador no se le puede juzgar ni mucho menos condenar a galeras cuando sólo se han disputado seis partidos de Liga. Por otro lado, Fernando Lamikiz ha manifestado públicamente su confianza en el equipo y en el técnico, y ha pedido a los aficionados y a la prensa mesura en los juicios, unión en la grada y tranquilidad de espíritu de cara al importante partido del domingo ante el Sevilla.

En principio, poco se puede objetar a estos mensajes de moderación. Con el Athletic en puestos de descenso y la hinchada repartida entre hundidos, abatidos, escépticos, confiados y optimistas antropológicos, es cierto que se hace necesario un período de calma, unos cuantos días sin ruidos, a ver si el enfermo mejora. Ojalá lo haga y ojalá también que esta experiencia indigesta sirva de lección. Porque en este club, empezando por su locuaz presidente, está visto que algunos sólo se moderan cuando el agua les llega al primer piso. Cuando ganan dos partidos, en cambio, todo son tracas, serpentinas y bilbaínadas. Ya se sabe: que si tenemos mejor equipo que el Real Madrid, que si no tenemos nada que envidiar al Chelsea o a la Juventus, que si vamos a ganar la UEFA, la Copa y a clasificarnos para la Champions… ¿Por qué no va a acabar la Liga así?, se preguntaba Lamikiz cuando el Athletic se puso de líder la primera jornada y vio la oportunidad de sacar pecho. Ahora, en cambio, esa misma pregunta es la que provoca los sudores fríos de los hinchas más hipocondriacos. En fin, que templanza, serenidad y cordura sí. Por supuesto que sí. Pero siempre, a las duras y a las maduras, en la salud y en la enfermedad. No sólo cuando conviene.