Vaya apagón futbolístico que vivimos ayer en San Mamés. Un auténtico cortocircuito en el juego del equipo de Bielsa, fomentado por un arbitraje desquiciante. Un compañero de localidad me recordaba lo que apuntaba Caparrós sobre la capacidad de Undiano para volvernos locos. Acertó de pleno. Sin embargo, no se puede atribuir la derrota al lamentable arbitraje de ayer –dejó que el partido se le fuera de las manos y consintió sin sancionar decenas de entradas salvajes- sino a la férrea defensa del Granada, contra la que chocó sin remedio el juego que propone el técnico argentino.

El Athletic salió confiado ante un rival aparentemente inferior,  falto de tensión, incluso. Ni siquiera cuando Iñigo López adelantó al Granada, en una jugada a balón parado, despertó. Luego, los rojiblancos se atolondraron. Se empeñaron en entrar por el centro con pases cortos, entre una maraña bien plantada de defensas blancos. Apenas jugó por las bandas y, de las veces que logró llegar a las cercanías del banderín, no puso un centro en condiciones. Por eso Bielsa metió en el campo a David López. Un intento de buscar algún centro preciso que pudiera aprovechar Llorente. No funcionó. A Muniain continuaba sobrándole un regate y la paciencia, en la grada, se iba consumiendo. En los banquillos la cosa a punto estuvo de llegar a las manos.

Y con el Granada se acabó la racha. Ahora llega el Everest de partidos, al que habríamos soñado con llegar octavos a principios de Liga. No hay que perder la paciencia. Ni con Undiano.