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Íñigo Domínguez

Íñigo Domínguez

Grecia aguanta en la cola del cajero

El anciano trastea confuso con las teclas del cajero automático. Es la primera vez que maneja la tarjeta, porque hasta ahora nunca la ha usado, prefería ir a la ventanilla como siempre. Pero desde hace una semana no puede, los bancos están cerrados y sólo es posible sacar dinero del cajero. Máximo, 60 euros. Pero ayer ya era difícil, porque escasean los billetes de 20, y entonces sólo dan de 50. En la práctica ese es el verdadero límite, un grado más de restricción. Pero aún hay otros. El hombre se aleja del cajero abatido y sin dinero.

-Sólo dan de 50.

-Pues saque 50.

-No puedo. Es que tengo menos en el banco.

El dinero contante se acaba en Grecia y de todos modos a muchos griegos ya les queda muy poco. Las colas en los cajeros cumplían ayer su primera semana, tras la congelación de capitales y el inicio del llamado ‘corralito’, la expresión acuñada en la crisis de Argentina en 2001. Estas colas son el perfecto termómetro de la progresiva erosión del sistema. Gráficamente, todavía más el cajero de plaza Syntagma, en Atenas, que está en los bajos del destartalado edificio del ministerio de Economía y Finanzas. Ayer por una puerta salía por última vez Yanis Varoufakis, el ministro que acababa de dimitir, cuyo despacho está en el sexto piso, y por el otro lado la gente hacía cola para seguir vaciando las arcas griegas.

Stratis, de 45 años, funcionario público prueba a sacar 60 euros, pero le dan 50. Se gira para menear la cabeza a los que están esperando detrás. Luego lo intenta con la tarjeta de su mujer, pero no tiene éxito. “Es una que no usábamos nunca, de la misma cuenta, pero ahora la hemos buscado por toda la casa para poder sacar dos veces, porque el límite de 60 euros es por persona. Pero no funciona, debe de ser porque no la ha utilizado en los últimos seis meses y en ese caso queda cancelada”, se lamenta. Tienen dos niños y de momento van tirando. Cree que el acuerdo con la UE es “muy difícil” y no quiere pensar en qué pasará en los próximos días. Se vive día a día.

Empieza a no ser fácil hablar con la gente de las colas de los cajeros, porque a algunos ya les molestan los periodistas. Se sienten como monos del zoo y tampoco quieren mostrar en público sus penurias. En los cajeros del centro es frecuente ver cámaras y frente a algunos de la plaza de Syntagma, al lado de los hoteles donde se alojan y han montados sus estudios las grandes cadenas, se hacen sistemáticamente los directos televisivos. Los locutores hablan a la cámara mientras señalan a atenienses silenciosos que bajan la mirada, con el monedero en la mano, y esperan su turno. Las colas para la subsistencia, un elemento visual de países en conflicto o en vías de desarrollo, forman ya parte del paisaje en un país de la UE, y que lleva en ella desde 1981. Y Europa ya casi lo ha asimilado.

Katerina, de 70 años, jubilada, es una griega que vive desde hace años en Australia y ha vuelto estos días a su país. Sabía lo que se avecinaba y, como la mayoría, había tomado precauciones. En Grecia casi todo el mundo ha sacado antes el dinero del banco y lo tiene en casa. Por eso han aumentado los robos en hogares, dicho sea de paso. Esta mujer se trajo una reserva en la maleta pero pensaba luego tirar de los cajeros, porque su cuenta es extranjera y, en teoría, es estos casos no hay limitación de disponibilidad. “Pero no, no me dejan sacar. Es el tercer cajero que pruebo hoy. He ido pidiendo cada vez menos, a ver si había suerte y nada. Acabo de pedir 200 y tampoco”. Ella cree que esto va para largo, pese a lo que diga el Gobierno, y que los bancos van a seguir cerrados todavía mucho tiempo. No se hace ilusiones.

A su lado está su amiga Ioanna, de 60 años, ama de casa. Cuenta que cada vez que va al cajero se pasa la espera musitando improperios y juramentos contra los políticos y la Unión Europea. “Nunca pensé que llegaríamos a esto”, confiesa. Las dos amigas se van juntas, cogidas del brazo. Detrás de ellas aguarda una abogada de 56 años que admite no tener problemas económicos ni deudas. “Estoy tranquila, de momento, sacando día a día 50 euros, intentando no dejarme llevar por el pánico, pero la esperanza no me va a durar mucho tiempo”, comenta.

Ciudad arriba, en el barrio adinerado de Kolonakis, se respira un ambiente distinto. También hay colas en los cajeros, pero en los cafés y terrazas de moda el tema de conversación es de otro nivel. Aquí muchos juegan en otra liga. Lo que les preocupa son las cajas de seguridad de los bancos. Corre el rumor de que, en caso de emergencia, el Gobierno ordenará abrirlas e incluir el contante que encuentre dentro de ellas en las cuentas corrientes de sus propietarios. Es un sustrato de dinero oculto que afloraría como otra solución de urgencia, pero en este barrio conservador, donde la mayoría votó ‘sí’ en el referéndum, se palpa indignación. “Sería demasiado, pasarían la línea de hasta dónde puede llegar el Estado, y sobre todo un Gobierno de comunistas radicales”, apunta un empresario náutico.

Pero todo esto es el nivel doméstico de la liquidez y, aunque se vea menos que las colas en los cajeros, es en el plano de la gran economía nacional donde la situación empieza a ser dramática. Fábricas, industria y grandes compañías están prácticamente paradas, con sus cuentas bloqueadas y las importaciones paralizadas. Esto quiere decir que en breve, si no llega una solución para Grecia, pueden empezar a faltar bienes básicos. Un empresario que importa cereales para piensos de animales cuenta que tiene tres barcos esperando para descargar en el puerto del Pireo desde hace cuatro días, pero no les puede pagar “Esto es el PIB que se está cayendo día tras día, el país está parado y las empresas comienzan a tener graves pérdidas”, asegura alarmado. En la psicosis general se llega a hablar de racionamiento. Si el cuadro sigue degenerando en Grecia pronto habrá una economía casi de guerra.

En realidad las grandes fortunas y clases altas de Grecia hace tiempo que han sacado su dinero del país, y buena parte son residentes fiscales en Londres o Chipre. Pero los efectos de la profunda crisis, que dura más de cinco años, también se sienten en Kolonakis. La calle peatonal Miloni, que hasta hace poco era la más viva y popular con sus terrazas y bares de diseño, ayer estaba medio desierta. “Han cerrado al menos cuatro establecimientos y si te sales del entorno de la plaza central del barrio no paras de ver tiendas que han tenido que abandonar”, explica un vecino. Los demás se sienten como en la resistencia.

(Publicado en El Correo)

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