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Íñigo Domínguez

Íñigo Domínguez

La revolución verde de Francisco

‘Laudato si’, la nueva encíclica sobre ecología del Papa que se publicará oficialmente el jueves fue filtrada ayer al semanario italiano ‘L’Espresso’, que la colgó íntegra en su web. Eran 191 páginas, con 246 parágrafos, en italiano. El Vaticano se apresuró a advertir que no es el texto final, pero sí confirmó que se trata de un borrador. Ya maquetado y con el aspecto definitivo de la Tipografía Vaticana, tenía toda la pinta de ser una versión casi cerrada y desde luego es una lectura de enorme interés. Y en todo caso crea la expectación por comprobar las diferencias con el resultado final. Sobre todo porque contiene afirmaciones subversivas con la potencia de una bomba y una crítica feroz contra el actual sistema económico, pues Francisco liga estrechamente el problema ambiental con el social y político.

Si se confirma este borrador, de una primera lectura se puede decir que estamos ante uno de los textos de mayor impacto de los Papas en las últimas décadas. No solo porque su intención declarada es influir en la próxima y decisiva Cumbre del Clima de París, a final de año. También porque Bergoglio pide una “conversión ecológica” incluso a aquellos cristianos que “se burlan” de las previsiones catastróficas, que ya no se pueden afrontar “ni con desprecio ni con ironía”. Se refiere a los políticos y partidos conservadores que miran con desdén toda política ambiental. Por eso la operación cultural que propone el Papa en el mundo cristiano, y en la derecha, es de primer orden.

Francisco pone por primera vez como prioridad absoluta de la Iglesia la defensa del medio ambiente, que en su opinión implica necesariamente una defensa de los pobres y una crítica integral del sistema: “El ambiente natural y el humano se degradan juntos”. La frase más repetida es “todo está relacionado”. “Hay que escuchar tanto el grito de la Tierra como el de los pobres”, apunta. El Papa pide de forma urgente un “cambio de estilo de vida, de producción y de consumo”.

El título de la encíclica procede del canto de las criaturas de San Francisco de Asís e impresiona ver también al Papa ensalzar hasta los gusanos y las algas. Lo enlaza con la economía y del mismo modo censura el aborto, por ir contra “la acogida de los seres débiles que nos rodean, que a veces son molestos e inoporturnos”. La idea de fondo es una de sus denuncias frecuentes: la crítica a la “cultura del descarte”.

Debe recordarse que esta encíclica es, en realidad, la primera de Francisco: la anterior, ‘Lumen fidei’, fue un texto heredado de Benedicto XVI que apenas retocó. Esta vez el texto, al menos en el borrador, es puro Bergoglio de principio a fin. Es muy denso, lleno de titulares y frases asombrosas. Siempre con la reserva que merece su condición de borrador, el primer capítulo, “Lo que está pasando en nuestra casa” es casi un manifiesto político sobre la situación del planeta, que repasa con detalle todos los desastres ambientales. Un ejemplo de sus andanadas: “Existe una verdadera deuda ecológica del Norte con el Sur (…). La deuda externa se ha convertido en un instrumento de control, pero no ocurre lo mismo con la deuda ecológica (…) La tierra de los pobres del Sur es rica, pero el acceso a la propiedad de los recursos les está prohibido por un sistema de relaciones comerciales y de propiedad estructuralmente perverso (…) Es indispensable crear un sistema normativo antes de que las nuevas formas de poder del paradigma tecnoeconómico acaben por destruir no solo la política, sino también la libertad y la justicia”.

¿Qué dirán los sectores más conservadores que acusan al Papa de ser comunista cuando lean lo siguiente, si al final se mantiene?: “La tradición cristiana no ha reconocido nunca como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada”. Francisco exige “una subordinación de la propiedad privada al destino universal de los bienes”. Ataca con dureza “la sumisión de los políticos y los técnicos a la finanza”, también zurra a los medios de comunicación, que contribuyen a que no haya “una conciencia de los problemas de los excluidos, que son la mayor parte del planeta”. Llama a recuperar la dignidad del trabajo y “poner límites al poder financiero”: “Renunciar a invertir en las personas por un mayor beneficio es un pésimo negocio para la sociedad”.

En uno de los pasajes más revolucionarios el Papa desconfíe de la gran política nacional, “focalizada en resultados inmediatos por interés electoral” y que describe prácticamente como esclava de los poderes económicos y la corrupción. Es ún más interesante que para cambiar las cosas reclame movilizaciones a escala local, para impulsar “la decisión política bajo la presión de la población”. Atención a la frase: “Si los ciudadanos no controlan el poder político -nacional, regional y municipal- tampoco es posible luchar contra los daños ambientales”, sentencia.

El poder político y económico, señala, “enmascara” los problemas ambientales. Por ejemplo el ‘efecto invernadero’ por la emisión de gases y el calentamiento del planeta. A todo ello el Papa le da su bendición, tomando partido en el debate, por haber “un consenso científico muy consistente”. También se mete en el berenjenal de los transgénicos, ante los que admite que es “difícil emitir un juicio”, pero no deja de criticar el poder de los monopolios que los producen, sus efectos negativos entre los campesinos pobres y reclama más “investigación autónoma” que permita aclarar las ideas en este campo.

Del mismo modo anima a ser consumidor responsable y crítico para corregir los abusos de las empresas y azota a las compañías que solo buscan el beneficio económico. Hasta se mete a opinar en detalle sobre cómo deberían hacerse los informes de impacto ambiental. “¿Se puede negar la bellaza de un avión o un rascacielos?”, se pregunta el Papa para reconocer los efectos positivos del progreso humano. “Nadie quiere volver a las cavernas, pero es indispensable ralentizar la marcha”, aconseja.

Francisco hace autocrítica, porque tras atacar el “exceso de antropocentrismo” de la modernidad, reconoce que el cristianismo también ha presentado “una concepción errada” de la creación, como “el sueño prometeico de dominación del mundo”, como si la naturaleza estuviera a disposición del hombre. Bergoglio alterna diatriba política con reflexiones teológicas, porque reivindica la voz de la fe en un debate abierto a todos. En un pasaje llamativo analiza la figura de Jesús, en armonía con el mundo. Lo describe como alguien pegado a lo físico “y distante de las filosofías que despreciaban el cuerpo, la materia y la realidad de este mundo”. Añade con pesar que estos “dualismos malsanos” han tenido gran influencia en pensadores cristianos “y han deformado el Evangelio”. El Papa propone, como única solución esencial, “sobriedad y humildad”. “La paz interior está muy ligada a la cura de la ecología y del bien común”, advierte. Termina con una “oración por nuestra tierra”. El jueves se conocerá el texto oficial.

(Publicado en El Correo)

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