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Íñigo Domínguez

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Grecia: la casta de los armadores

Basta conocer la casta de los armadores griegos para comprender cómo son las cosas en Grecia y por qué su primer ministro de izquierda, Alexis Tsipras, puede contar con consenso en la calle, aunque la pelea con Bruselas haya sido dura. Y aunque en el extranjero le pinten como un bluf, y no es ajeno a ello que muchos gobiernos conservadores tengan todo el interés en que lo sea. La flota griega es la primera del mundo y está en manos de medio centenar de familias, grandes millonarios desde los famosos Onassis y Niarkos a los actuales amos de equipos de fútbol y medios de comunicación. Pues bien, está escrito desde 1974 en la misma constitución que no pagan impuestos sobre los beneficios generados en el extranjero. Son 140.000 millones entre 2000 y 2010, limpios de impuestos. Por eso cuando Tsipras mete en el plan enviado a Bruselas la lucha a la evasión fiscal y al contrabando de gasolina, que en el extranjero puede sonar a chino, los griegos saben a quién se refiere y piensan que algo por fin está cambiando.

Ningún Gobierno se ha atrevido jamás a tocar a esta élite de grandes fortunas ni sus negocios bajo cuerda con el combustible, pues dominan buena parte del transporte petrolero mundial. Lo cierto es que el sector produce el 7% del PIB griego y da empleo a 250.000 personas. En 2012, en plena emergencia, el anterior Ejecutivo conservador de Antonis Samaras consideró un hito haberles arrancado una limosna, 500 millones en cinco años.

En Grecia no se habla de “casta”, sino de “oligarquía”. Lo empezó a decir Tsipras en los mítines hace dos o tres años. “Los griegos ya han pagado un precio muy alto por la crisis, ahora les toca a los oligarcas que nunca han metido la mano en el bolsillo”, repitió el otro día. La respuesta de los armadores ha sido de clara amenaza, diciendo que si es así se largarán del país.

El anterior Ejecutivo iba a financiar los 2.500 millones de recortes que exige la Troika -Comisión, Banco Central Europeo (BCE) y Fondo Monetario Internacional (FMI)- con una subida del IVA y otro tajo a las pensiones, pero Tsipras piensa sacarlos, precisamente, de la lucha contra la evasión fiscal, el contrabando y la corrupción. Objetivo loable, pero siempre de difícil traducción en dinero sonante. Será, de hecho, una de las claves del éxito o el fracaso del Gobierno de Tsipras en estos cuatro meses. En Syriza son optimistas, argumentan que hasta ahora ningún Ejecutivo griego se ha puesto en serio a buscar el dinero negro.

Por todo ello en Grecia se habla mucho de estos tabúes rotos, y no sólo de las promesas de Tsipras que tendrán que esperar, aspecto en el que han insistido más muchos medios europeos. Visto desde Atenas, el acuerdo con el Eurogrupo y sus acreedores de la Troika no es para el Gobierno ni una victoria ni una derrota, sino una tregua de cuatro meses de tranquilidad, garantizada ahora con financiación europea, para intentar tomar el control de la situación. El principal logro de Tsipras, por tanto, ha sido ganar cuatro meses, aunque no seis como quería. El verdadero examen será a final de abril, cuando deba detallar con números sus planes y obtener el visto bueno en Bruselas. Tsipras defendió ayer en un consejo de ministros de dos horas y media que es la primera vez en cinco años que el Gobierno griego tiene un mínimo de autonomía y poder de decisión.

En el plan de reformas Atenas acepta, sí, la vigilancia de Troika, sin llamarla así, y las reformas firmadas por el anterior Ejecutivo. Pero el resto recoge a grandes líneas el programa electoral de Syriza -sin dar números- y varias medidas contra la crisis humanitaria, aunque sea en un párrafo muy genérico, como todo lo demás. Son las promesas electorales más vistosas, y tampoco hay cifras ni fechas: bonos de comida, luz gratis para los más pobres -en la campaña Tsipras habló de 300.000 hogares- y sanidad pública para todos. Ahora está sin ella una cuarta parte de la población, pues se pierde al cabo de un año de paro. También ha colado el fin a los embargos de la casa a quien no paga la hipoteca. Ha quedado fuera la readmisión de funcionarios despedidos.

En Atenas corre un chiste con el hecho de que la Troika ahora se llame en los papeles “las instituciones” y se compara con Prince, cuando se cambió el nombre a “el artista antes conocido como Prince”. Es decir, la gente no es tonta, pero los griegos con los que se habla son conscientes de que el Gobierno lo ha intentado todo y no ha dado una imagen de resignación y obediencia. Por otro lado, la alta burguesía se ha tranquilizado. “Al menos ya no hay miedo de que este Gobierno haga locuras, algo que aterrorizaba algunos antes de las elecciones. Han visto que ha sido pragmático y ha evitado el peligro del bloqueo de capitales”, resume un empresario de Atenas.

(Publicado en El Correo)

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