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Íñigo Domínguez

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Venecia prohíbe las maletas con ruedas

 

Venecia es esa ciudad extraña donde los leones vuelan y las palomas caminan, como dijo un poeta francés, y se podría añadir que también es donde las maletas ruedan y hacen un ruido de mil demonios. Es un mal común en Roma y en el resto de ciudades turísticas italianas con calles empedradas, pero el problema en Venecia es especial, como todo en esta ciudad, porque no hay coches y los taxis, lanchas monas con interior de madera, cuestan un pastón. Ya solo el ‘vaporetto’ de línea son siete euros. ¿Resultado? Los 27 millones de personas que pasan cada año por Venecia, salvo ricos y mochileros, lo hacen arrastrando maletones con un traquetreo continuo sobre las baldosas de piedra de Istria. Es un horror para los vecinos, sobre todo de noche. Ahora el ayuntamiento ha anunciado que quiere prohibirlas y permitir sólo aquellas con ruedas hinchables y silenciosas. Amenaza con multas de 100 a 500 euros.

El atraco, como bien sabe cualquiera que haya ido a esta maravillosa ciudad, es un arte veneciana y parece que se trama uno más. Al margen del negocio que se abre a posibles fabricantes de una maleta insonora para Venecia, sería fabuloso para las arcas municipales: bastaría con poner dos guardias en el muelle ante el desembarco de un crucero para cubrir medio presupuesto anual. Dicho sea de paso, el alcalde, Giorgio Orsoni, fue arrestado en junio en un sonado escándalo de corrupción y la idea de las maletas ha sido del comisario extraordinario que gestiona Venecia hasta las elecciones de la próxima primavera, Vittorio Zappalorto. Luego ya se verá qué hace el nuevo alcalde. Porque, naturalmente, todo se podría quedar en una de tantas ordenanzas municipales italianas que rozan la chorrada sublime. De entrada no se aplicaría hasta mayo, justo antes de las elecciones locales, y además es que los venecianos quedarían exentos. Es decir, los guardas municipales tendrían que distinguir a ojo a un veneciano de un turista para darle el alto. Hay que reconocer que es fácil en la mayoría de los casos, pero puede empujar al disfraz incluso fuera del carnaval.

Este asunto es uno más en el que ha abierto camino Santiago Calatrava. Porque todo empezó con su puente sobre el Gran Canal, ese por el que la fiscalía ahora le reclama 3,8 millones de euros por defectos de fabricación. La pasarela une la estación de tren y la de autobuses pero por misteriosas razones nadie pensó en que pasaría por allí gente con maletas: le pusieron escalones. Nada más inaugurarse los turistas empezaron a destrozar el puente a trompicones con sus equipajes y el alcalde de entonces, Massimo Cacciari, decidió prohibir el paso de maletas con ruedas. Firmó una ordenanza y todo pero no llegó a nada porque era ridícula e imposible de aplicar.

(Publicado en El Correo)

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