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Íñigo Domínguez

Íñigo Domínguez

Una diva de alma popular y atormentada

 

Probablemente no haya nadie en Italia ahora mismo más popular, legendario y querido que Sophia Loren, casi la última de las grandes estrellas vivas de la edad de oro del cine italiano, junto a Claudia Cardinale y Monica Vitti. Su fulgurante carrera, con un increíble Óscar a la mejor actriz en 1962 por ‘La ciocciara’, no siendo una película americana, es la fábula de una niña muy pobre y herida por los traumas familiares que se abre camino en el cine como una fuerza de la naturaleza. Sus memorias ‘Ieri, oggi, domani’ (Ayer, hoy, mañana), publicadas simultáneamente la semana pasada en todo el mundo, son un relato apasionante por la época y los personajes que se cruzan. Pero del mismo modo revelan con sinceridad la fragilidad interior de una estrella que siempre buscó poder formar una familia normal, como la que ella no tuvo.

TRAUMA FAMILIAR
Loren dedica el libro a sus cuatro nietos, “el gran milagro de mi vida”, porque escribe como madre y abuela, los grandes éxitos de su vida. En realidad es lo que persiguió siempre. Nacida el 20 de septiembre de 1934 en Roma, su madre se volvió enseguida a Pozzuoli, cerca de Nápoles, al ser rechazada por su novio, que no quiso saber nada de ella ni de la niña. “Si pienso en mi vida me sorprendo que todo sea verdad, una mañana me despertaré y comprenderé que era sólo un sueño. No ha sido fácil, ha sido duro, pero ha valido la pena. El éxito tiene un peso que hay que aprender a gestionar,  nadie te lo enseña”. Su madre, Romilda Villani, era una mujer de buen ver que siempre soñó con ser una estrella. De hecho ganó un concurso de dobles de Greta Garbo y el premio era ir a Hollywood, pero sus padres no la dejaron. Toda su vida se redimió con la carrera de su hija, siendo su sombra y empujándola a los primeros ‘castings’. Sofía -la ‘ph’ vendría luego- se apellidó Scicolone. Por cierto, el segundo apellido de su padre era Murillo, de vago origen noble napolitano. Nada más nacer casi muere porque la patrona de la pensión donde cayó su madre le dio unas lentejas y su familia hizo un voto a San Genaro. Creció con sus abuelos napolitanos y vio por primera vez a su padre con cinco años.

HAMBRE Y GUERRA
La Loren, luego exuberante y expansiva, fue un niña tímida y comaplejada: “No tenía padre y mi madre era demasiado rubia, alta, vivaz y sobre todo no casada. Su belleza excéntrica me avergonzaba. Soñaba una mamá normal, reconfortante. Rogaba a Dios que no viniera a buscarme al colegio porque me avergonzaba ante mis compañeras”. Además eran muy pobres, en una casa llena de gente, y pasaban hambre. En navidad le regalaban carbón diciendo que había sido mala, aunque con un guiño le hacían comprender que era porque no había dinero. “El hambre fue el tema dominante de mi infancia”, confiesa. Era tan delgada que la llamaban ‘Stuzzicadenti’, palillo. De los seis a los once años sufrió la guerra y el espantoso asedio de Nápoles, corriendo a refugiarse de las bombas en el túnel del tren. Aún hoy duerme con la luz encendida. “Quedé reducida a un esqueleto”, recuerda. Cuando entraron los aliados un soldado le tiró una chocolatina, pero como no sabía lo que era no se atrevió a probarlo. Le quedó una cicatriz en la barbilla de una esquirla de bomba y se la curaron en un campamento americano.

 

REINA DE BELLEZA Y FOTONOVELAS
La pequeña Loren estaba enamorada de Tyrone Power en ‘Sangre y arena’ y de Gregory Peck en ‘Duelo al sol’, pero ni soñaba con ser actriz. Era su hermana la que tenía talento en los espectáculos caseros. Pero con 15 años la explosión adolescente le hizo pasar de “patito feo a cisne” y hasta su profesor de gimnasia se presentó en su casa endomingado para pedirla en matrimonio. En 1949 hubo en Nápoles un concurso de belleza de Reina del Mar y, por dinero y por vengar el destino que le negaron sus padres, su madre la apuntó, la maquilló para simular su edad y le hizo un vestido con las cortinas de casa. No ganó pero fue elegida entre las princesas, se llevó un juego de mantelería y 23.000 liras. También un billete de tren a Roma, el pasaporte soñado para ir a probar suerte a Cinecittà, que entonces despegaba como sucursal de Hollywood. Tras unas clases de interpretación, fueron a la capital a la selección de extras para ‘Quo Vadis’, de Mervyn LeRoy. Se instalaron gorroneando en casa de unos primos que les acigieron a regañadientes y fue a su primera prueba, una charla con el director que fue así:

-Do you speak english?
-Yes.
-Is it your first time in Cinecittà?
-Yes.
-Have yo read Quo vadis?
-Yes.
-What’s your name?
-Yes.

Les cayó simpática y la contrataron, y también a su madre. Aparecen por ahí en la película haciendo bulto. Entonces comenzó la pelea por abrirse camino en Roma, pululando siempre por Cinecittà con papeles de comparsa, en películas de Totò o de romanos, y a la búsqueda de una ocasión. Mientras se ganaba la vida como protagonista de fotonovelas, entonces muy populares y que eran un trmapolín al cine. Se cambió por primera vez el nombre a Sofia Lazzaro, idea del director de la revista porque decía que su belleza resucitaba a los muertos. Aunque era una belleza fuera del canon clásico: frecuentaba concursos de belleza y nunca ganaba. Por ejemplo, fue segunda en miss Italia en 1950.

 

CARLO PONTI, EL AMOR DE SU VIDA
En uno de aquellos concursos, en 1951, conoció al entonces ya célebre productor Carlo Ponti, su futuro marido (arriba). Ella tenía 16 años y él 39. Le sugirió hacerle una prueba, que fue un poco desastrosa: “¡’Dottore’, es imposible fotografiarla, tiene un rostro demasiado corto, una boca demasiado grande, una nariz demasiado larga!”, se quejaba el fotógrafo. Después Ponti le sugeriría recurrir a la cirugía para retocar la nariz y ella se negó: “¡No quiero una naricita a la francesa!”. Su salto definitivo al cine de protagonista fue en 1952 y por fin empezó a tener algo de dinero. Se instaló con su madre en un piso sin cocina. Cocinaban a escondidas con un hornillo en el baño y confiesa que toda la vida se ha llevado uno para cocinar su pasta si le entraba hambre en algún hotel de lujo. Ponti, entonces casado pero que la acompañaba frecuentemente, era para ella “una presencia paterna” que le daba seguridad. Se fue fraguando una extraña y escandalosa pareja que en realidad duró toda la vida.

 

 

DE SICA Y MASTROIANNI
Para tener su primer papel protagonista Loren mintió y dijo que sabía nadar, y casi se ahoga. Fue entonces cuando le cambiaron a Loren, porque sonaba a sueco, y Sofía a Sophia, “aunque en mi pueblo empezaron a decir Sopía, porque no entendían nada”. Lo primero que hizo al ganar un millón de liras fue pagar a su padre para que cediera el apellido a su hermana menor, que no había reconocido, y restaurar su honor. Tuvo que comprarlo. El encuentro que le cambió la vida fue con Vittorio de Sica, que le echó el ojo para ‘L’oro di Napoli’, en 1954. El primer día de rodaje le dijo: “Sofí, tú ya tienes dentro todo lo que te sirve, hazlo salir, déjate llevar, pesca tus emociones de lo que has visto y vivido”. Lección de cine de un maestro. Rodarían trece películas. “Me enseñó todo lo que sé”, asegura. Luego encontró a su otro amor, “cinematográfico, se entiende”, Marcello Mastroianni, diez años más grande que él, en ‘Peccato che sia una cannaglia’. Repite, como siempre ha dicho, que su relación con Mastroianni fue siempre de amistad, de complicidad, sin el más leve escarceo amoroso, porque se veían como almas gemelas. Curiosidad: revela que en ese filme el ‘matón’ encargado de proteger a los actores de los curiosos era un tal Gabriel García Márquez, que estaba en Roma estudiando cine. El primer papel dramático de Loren fue en 1954 en ‘La donna del fiume’, en cuyo rodaje cristalizó la relación con Ponti, que el último día de rodaje le regaló un anillo de compromiso. Aunque no podía casarse, porque su matrimonio seguía siendo válido y antes debía anularlo.

 

LA HISTORIA CON CARY GRANT
En 1956 se acercó a Hollywood por Madrid, donde aterriza para rodar ‘Orgullo y pasión’, con Cary Grant y Frank Sinatra. En la rueda de presentación ella llegó puntual temblando de nervios, Cary Grant, dos horas tarde y Sinatra, cuatro. “Confieso que no he estado más agitada en toda mi vida”, escribe. Fueron seis meses de rodaje por Castilla y Léon. Sinatra era “un hombre delicioso, bueno y divertido”, aunque sufría mucho por Ava Gardner. Pero fue con Cary Grant, 22 años frente a 52, con quien entabló una intensa amistad de la que siempre se ha hablado mucho. Loren señala el nexo que les unió en la infancia difícil de Grant: su madre fue encerrada en un manicomio y él se escapó con una compañía de saltimbanquis. Cenando en Ávila o Segovia pasaron muchas veladas juntos y rozaron el romance, pero ambos estaban comprometidos, aunque la Loren sufría por su condición de esposa clandestina. “Los dos intuíamos que el sentimiento entre nosotros comenzaba a convertirse en amor pero teníamos miedo”, apunta. El último día de rodaje Grant le pidió que se casara con ella. “Nunca le había creado ilusiones”, dice, y le respondió de forma elusiva que necesitaba tiempo. Él contestó con su fino humor: “¿Y por qué no nos casamos primero y luego lo pensamos?”. Se dejaron como buenos amigos. Grant siguió mandándole flores y notitas y los celos de Ponti a ella le costaron una famosa bofetada en público.

ÉXITO Y HUIDA DE LOS PURITANOS
En 1957 desembarcó en Hollywood con un contrato de la Paramount. Alucinaba con el desmadre de las fiestas: la despampanante Jayne Mansfield, con alguna copa de más, se sentó con ella y le plantó un pecho sobre su plato, una foto que se hizo famosa. Por entonces se casó con Ponti en México, un matrimonio no válido en Italia, que le dio dolores de cabeza, con denuncias de bigamia y ataques del ‘Osservatore Romano’. Vivieron dos años fuera de Italia como un exilio, ante el temor de ser arrestados si ponían pie en el país, porque Ponti se arriesgaba a cinco años de cárcel, pero en esos años Loren se consagró como actriz con los más grandes. En 1962 ganó el Óscar, pero le daba miedo ir a la ceremonia y la pasó en Roma, esperando al teléfono, porque no había retransmisión televisiva. Para calmar los nervios s epuso a cocinar salasa de tomate para la pasta. Por fin llamó Cary Grant a las seis de la mañana para decírselo. Ya madura como artista la amistad con Alberto Moravia, autor de la novela de ‘La ciociara’, dio pie luego a una célebre entrevista del escritor en la que prácticamente la diseccionaba psicológicamente y le revelaba las claves de su personalidad, los traumas de su infancia y el deseo de normalidad. “La releo hoy después de cincuenta años y todavía me conmuevo”, señala. Cumplir su sueño de ser madre fue arduo. Con 29 años sufrió un aborto, una pesadilla agudizada por “la mirada de desprecio de las monjas”, pues seguía vivíendo en situación irregular con Ponti. “Una mirada obtusa, sin humanidad, sin ningún sentimiento”, acusa. Cuatro años después perdió un segundo hijo y carga contra su ginecólogo, que le dijo que no era nada, se fue a una fiesta y que se tomara una manzanilla. Luego incluso le dijo que nunca tendría hijos. Por fin lo consiguió en 1968. Su relación con Ponti, cuya resolución en los tribunales se atascaba sin fin, continuó siendo pasto de cotilleos en la Italia mojigata y en 1964 se hartaron y se instalaron en París, donde se casaron dos años más tarde. Iban y venían de Roma, pero en 1974 se instalaron definitivamente en París y en 1980, en Suiza. Entre otras malas experiencias, Loren narra intentos se secuestro, robos de joyas y problemas con la justicia italiana por acusaciones de evasión de impuestos, que incluso le llevaron dos semanas a la cárcel en 1982.

 

LA VIDA CON LAS ESTRELLAS
El libro, obviamente, rebosa de estrellas. Loren confiesa que su primer modelo fue Lucía Bosé y también niega la supuesta rivalidad con Gina Lollobrigida. Recuerda a John Wayne exactamente como lo que parecía, un cowboy sanote, y tiene unas herraduras de su caballo en una pared. Fue vecino de Audrey Hepburn, que una vez les invitó a cenar pero descubrieron con horror que era una hoja de lechuga y poco más. Al volver a casa se hizo un bocadillo. Rodar con Chaplin fue una de las experiencias de su vida, salvo por la compañía de Marlon Brando, que “a pesar de su atractivo era un hombre que parecía incómodo en el mundo”. En una escena se le fue la mano y le paró los pies a gritos. Deprimido, se alimentaba sólo de helados y fue engordando durante el rodaje. Pero tiene palabras de simpatía para casi todo el mundo. Con Omar Shariff hizo un concurso del plato de berenjenas de sus respectivas madres. Paul Newman, “un hombre adorable, bello como el sol”; Peter Sellers, “de una inteligencia extraordinaria, me hacía reir como nadie”; Richard Burton, entrañable, se alojó en su casa una temporada mientras intentaba dejar el alcohol y olvidar a Liz Taylor.Alec Guiness “el actor más completo que he conocido”. Michael Jackson, vecino de rancho en California, de una “timidez delicada y un poco infantil”. Y dedica varias páginas a su amigo Giorgio Armani.

 

 

Para terminar, una escena de ‘L’oro di Napoli’ (1954), de Vittorio De Sica, la primera película que la lanzó a la fama, con el célebre papel de la pizzaiola y el marido cornudo. Advierto que entra una nostalgia terrible de ir a Nápoles, aunque nunca se haya estado allí:


(Publicado en El Correo)

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