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Íñigo Domínguez

Íñigo Domínguez

Regreso a casa

 Hola a todos. Por un día vamos a hablar de españoles. He estado unos días en España, viendo a la familia y pasando las fiestas, y he recordado una vez más esas pequeñas cosas que nos diferencian. No hablo de abismos culturales ni matices sociológicos, no. Son tonterías, pero a veces destapan la nostalgia cuando se encuentran o se añoran. Sin entrar en el tema jamón, por ejemplo en Italia no hay donuts, ni galletas chiquilín, ni espárragos en lata, ni aceitunas rellenas. A veces paro en un área de servicio de la autopista -antes se decía parar en un bar, pero ya no hay- a devorar un tigretón o una pantera rosa, aunque ya no saben como antes. Y cómo emociona volver a oler a churros.

También me doy cuenta de que cada vez soy más italiano. La primera señal suele ser sonora: el cabezazo que me pego al dar dos besos a las amigas. Aquí se abre un misterio insondable. No sé si son conscientes de ello, y quizá hasta se creen que damos los besos de forma espontánea y arbitraria, pero no. Damos los besos empezando siempre por la izquierda. Y los italianos, por la derecha. O al revés, es que ya ni sé, porque me sale de forma mecánica. El caso es que uno no se da cuenta hasta que cambia de lugar y, en el mejor de los casos, acaba en los morros de una conocida, y en el peor se da un coscorrón y queda como un patoso.

Otras cosas me siguen chocando, aunque ya me pasaba cuando vivía allí. Las conversaciones simultáneas y cruzadas en una reunión de grupo, sin escuchar al interlocutor. Las cenas de más de seis personas ya se me hacen muy difíciles.
Siempre me recuerda ese diálogo de españoles que escribió Julio Cortázar en plan de coña, hace ya medio siglo:

López: Yo he vivido un año entero en Madrid. Verá usted, era en 1925, y…
Pérez: ¿En Madrid? Pues precisamente le decía yo ayer al doctor García…
López: De 1925 a 1926, en que fui profesor de literatura en la Universidad.
Pérez: Le decía yo: «Hombre, todo el que haya vivido en Madrid sabe lo que es eso.»
López: Una cátedra especialmente creada para mí para que pudiera dictar mis cursos de Literatura.
Pérez: Exacto, exacto. Pues ayer mismo le decía yo al doctor García, que es muy amigo mío…
López: Y claro, cuando se ha vivido allí más de un año, uno sabe muy bien que el nivel de los estudios deja mucho que desear.
Pérez: Es un hijo de Paco García, que fue ministro de Comercio, y que criaba toros.
López: Una vergüenza, créame usted, una verdadera vergüenza.
Pérez: Sí, hombre, ni qué hablar. Pues este doctor García…

También me asombra la cantidad de aceite que usamos para freír y cocinar. O alucino con la creciente obsesión por el uso y la posesión de aparatitos tecnológicos, Ipads y estas cosas,  con crisis y todo.

Percibo una continua infiltración de buenos productos italianos, algo que me alegra pero que al revés no sucede. De hecho la fregona, gran aportación ibérica a la civilización, tampoco están muy extendida en Italia. En cambio en España tienes los supermercados llenos de pandoros y panettones, de pasta Barilla, de café de las mejores marcas italianas.

Otra cosa curiosa es que cada vez que vuelvo siempre hay alguien que se pone a explicarme Italia. Lo agradezco mucho y siempre escucho con atención a ver si aprendo algo, aunque suele ser gente que estuvo una vez de viaje de estudios o que va mucho a un restaurante italiano buenísimo que él conoce. El español siempre sabe de todo. Supongo que si yo fuera físico nuclear me darían conferencias sobre el átomo. Pero menos mal que no lo soy.

También me pasa que me conmuevo cuando descubro en la radio que sigue existiendo ‘Flor de pasión’, el programa de Juan de Pablos en Radio 3, disfruto como un enano y al final pone de sintonía ‘Azzurro’, de Celentano, compuesta por Paolo Conte. Entonces me siento lejos de casa, ya ven qué cosas.

En fin, aquí estamos otra vez. En este caso para darles la chapa yo a ustedes hablando de Italia un año más, a quien tenga la amabilidad de pasarse por aquí. Feliz año a todos.

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