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Íñigo Domínguez

Íñigo Domínguez

Transdemocracia

Hola a todos. Estoy de vuelta, y de nuevo he sufrido el shock habitual que produce cada nueva inmersión en Italia. Se va uno unos días y pasan un montón de cosas, aunque luego todo sigue igual. Por ejemplo, algo ha ocurrido durante mi ausencia que ahora todos los programas de televisión están llenos de transexuales. O ‘trans’, como les llaman aquí. Es por el escándalo de Piero Marrazzo, el gobernador de Lazio, la región de Roma, chantajeado por unos carabinieri que irrumpieron, cámara en mano, en una casa donde tenía un lío con Natalí, una transexual brasileña (chica de la foto). Le grabaron un vídeo en el que también, dicen, aparece cocaína.

Pero hay algo raro. Cuando fue el lío de Berlusconi con las prostitutas no apareció ni una en la tele y la famosa Barbara D’Addario sólo pudo verse al cabo de cuatro meses, y porque se lanzó a ello un peligroso presentador comunista. Ahora el memorable ‘Porta a porta’ de Bruno Vespa se ha hecho tres programas seguidos de reinonas. ¿Cuál es la diferencia? Muy fácil, Piero Marrazzo (chico de la foto) es del PD, el principal partido de centro-izquierda. La ecuación la pueden sacar ustedes solitos:

-Marrazo=comunista amargado=va con tíos operados que tienen tetas y es la vergüenza del país=qué escándalo
-Berlusconi=playboy simpaticote=se corre juergas con tías buenas y es la envidia del vecindario=qué violación de su intimidad
-Conclusión: no sea tonto, hombre, vote al machote

Por cierto, que Marrazzo era un simple presentador de la tele antes de entrar en política, así que estamos en las mismas. A su mujer, que aún trabaja en la RAI en un telediario nocturno, le tocó el papelón de repasar las portadas de los diarios del día siguiente con la noticia de su marido.

Pero eso no es nada con lo que ha pasado luego. El caso está siendo de lo más chungo. Ya se han cepillado a dos personas del círculo cercano a Natalí: otro transexual, Brenda (incendio fortuito en su casa), porque parece que sabía demasiado y tenía un archivo de más famosos chantajeables, y a un camello que intentaba colocar los vídeos (dosis mortal y fortuita de cocaína).

Por lo que parece en este país de machotes latinos hay un pasión enorme por los transexuales, al menos entre la gente con pasta. Pero lo más revelador de este culebrón es lo que ha hecho Marrazzo. Primero, justificante médico de estrés para poder ausentarse del trabajo y no dimitir. Envía el certificado periódicamente, como en clase. Segundo, retirarse a la abadía de Montecassino. Tercero, envía una carta al Papa mostrándose arrepentido y pidiendo perdón. «Santidad, perdóneme por todo lo que he hecho», decía, aunque Benedicto XVI no está en el censo electoral italiano. A sus colaboradores les tuvo que bastar con un SMS. A los votantes, nada. Y menos mal que es un señor de izquierdas.

Ah, la absolución. En Italia siempre se busca la absolución y el perdón, el alivio de la conciencia, porque no hay delitos, sino pecados. De hecho Marrazzo no ha cometido ningún delito. Es más, es víctima de unos carabinieri corruptos que le han chantajeado.

Para ilustrar estas banales reflexiones con las que les castigo hoy y divertirnos un rato, echaremos mano de una pieza magistral, ‘Il complesso della schiava nubiana’ (El complejo de la esclava nubia), uno de los sensacionales capítulos de ‘I complessi’ (1965). Pusimos hace tiempo un trozo del más famoso, el del mítico ‘Dentone’ de Alberto Sordi, pero este también es buenísimo, con mi admirado Ugo Tognazzi. Está dirigido por Franco Rossi. Como no es muy largo y gracias a las maravillas de la técnica lo ponemos entero. Espero que puedan sobrellevar el tostón de las sinopsis explicativas.


Sinopsis: Ugo Tognazzi es Gildo Beozzi, un intachable y meapilas dirigente democristiano, presidente de un espeso y arcano ente público, retrato de una época. Empieza la jornada de forma marcial a las seis de la mañana, levantando a toda la familia antes de irse a trabajar. “Ciao nascituro!”, dice al niño que está punto de nacer, y todo su vocabulario es en este plan. En el despacho, revista de prensa, con un problema habitual: hay un playboy llamado Guido Beozzi, famoso por sus gamberradas, que con esa fastidiosa homonimia siempre le causa problemas. Por ejemplo, el diario del día dice que ha robado a una viejecita por una apuesta. Manda una carta a todos los diarios aclarando que no tiene nada que ver. Luego llama a un ‘onorevole’, conversación que graba meticulosamente. Así vamos conociendo al personaje.

Entretanto, su mujer recibe una carta terrible, que le precipita el parto.

En su despacho, el presidente Beozzi recibe a un inspector de Policía, al que había enviado a corromper a un nuevo conserje, para ver cómo reaccionaba. Confirma que le dio mil liras y le dejó adelantar en la fila a cuatro personas, aunque tuvo que insistir y metérselas en el bolsillo. Beozzi concluye disgustado que tendrá que despedirlo, “porque con la mentalidad que hay en Italia, qué dirá la gente”. Al despedirse, hay un momento incómodo: el policía le dice que las mil liras las ha puesto él de su bolsillo y el presidente le propone que pase el sábado por caja. “¿Sábado?”, pregunta con fastidio. “Paciencia y fe”, responde él.

Luego recibe a la prensa, encantado de conocerse y cita una definición de la prensa: “Beozzi, este hombrecito débil sin puntos débiles, este pequeño Aquiles sin talón de Aquiles”.

Llega al hospital a ver a su mujer, aunque le fastidia que el parto se haya anticipado, porque no va a poder bautizarle el senador Tamburini que está de viaje. “Bueno, ya lo hará otro pez gordo”, dice la suegra, que no le soporta. “No hablemos de política, me hacía falta Tamburini, y basta”, replica. Es el clásico pasteleo de la política italiana. Luego se indigna porque la han metido en una habitación individual, y no colectiva como las otras veces. Suelta un sermón, diciendo que tienen un estilo de vida franciscano y que aspira a ser un ejemplo. “De cretinería congénita”, apunta la suegra. Muestra la ropa que lleva desde hace ocho años y su único lujo, una pastillas mentoladas. “Y no nos olvidemos que alguno nació en un pesebre, cierro el paréntesis”, apostilla con su retintín.

Cuando coge las facturas para hacerse devolver el dinero y enviar a su mujer a una sala de cuatro camas, descubre la terrible carta.

La suegra le explica que es una cosa de hace años, una tontería, una película que hizo como extra porque apareció un rodaje en la playa durante las vacaciones. Es la carta con el cheque que le paga los servicios prestados, por el derecho a usar las imágenes. Es una película de ‘Venere Films’. “¿Pero qué tipo de película es?”, grita él. Entonces entra la enfermera para llevársela a la sala de parto. “No es el momento”, le interrumpe el marido.

Cuando se la llevan encuentra el título en el periódico: Thor y las cuatro reinas… ¡desnudas! Corre hacia su mujer y le pregunta si es una de las cuatro reinas. Dice que no, que era una esclava, negra, pero le confiesa que en una escena de un baño se le cayó la túnica y… “¡Entonces se le ven las mamas!”, dice perplejo nuestro pobre chupatintas.

FIN

Hablábamos de que en Italia no hay delitos, sino pecados, y lo que veremos después en esta historia nos lo explicará muy bien. Hasta un terrorista de los años de plomo, Cesare Battisti, encarcelado en Brasil a la espera de la extradición por cuatro homicidios, imploró clemencia hace unos meses en una carta de ocho folios, preguntándose «si no ha llegado la hora de que Italia muestre su lado cristiano» y recordando que «el perdón es un acto de nobleza». Aquí si cuela, cuela.

Pero no es que no haya delitos, sino que dentro de nada tampoco habrá sentencias ni condenas, porque Berlusconi se ha inventado la llamada ‘ley del proceso breve’, que ahora anda por el Senado. Es algo fantástico: se anulan los juicios que no terminen en menos de seis años, y ya hemos explicado otras veces que en Italia para que un proceso se dé por terminado debe agotar las tres instancias, Supremo incluido. Como se imaginarán, esto en Italia es jugar con lo impepinable, algo así como decretar que se anulan los juicios que se celebren en años con cuatro estaciones. Ordenar que los procesos tienen que ser breves sin hacer nada para que lo sean viene a ser como proclamar el derecho a la vivienda, cosa que hace alegremente la Constitución española sin entrar en consideraciones sobre el precio de los pisos.

Quien haya tenido la paciencia o el descuido de seguir este blog sabrá ya a estas alturas que la Justicia italiana tiende hacia la eternidad. Es algo celestial, que se deja para el otro mundo, por eso hay tan poca aquí en la Tierra. Último ejemplo conocido, el alucinante caso de un trivial litigio por la venta de un coche usado en Pieve di Cadore (norte), que ha durado 17 años. Empezó en 1985 y tardaron cinco años y medio en hacer la primera vista. Primera sentencia, a los diez años. Pero el juez tardó siete más en depositar el texto de la resolución, en 2002. Y esto sólo para la primera instancia. El pobre ciudadano que esperaba justicia -y que, por tanto, no deseaba anular el juicio, como prevé la nueva ley, porque no todos los italianos tienen algo que temer- presentó una queja al Consejo Superior de la Magistratura y le dieron la razón. Decían que el proceso tenía que haber durado tres años. El mismo juez se había tirado quince años para otra resolución. Pero el castigo al magistrado ha sido ridículo: un euro por día de retraso, unos 2.500 euros. Si ni los propios jueces dan ejemplo con su justicia, qué más podemos añadir.

Resumiendo, la ley del proceso breve, como se imaginarán y porque ya conocen al personaje, es algo que Berlusconi hace para quitarse de encima los juicios que le quedan abiertos en este momento (dos, casos Mills y Mediaset), aunque para eso se beneficien legiones de mangantes. Creo que con esta ya van 18 leyes ‘ad personam’, hechas exclusivamente para arreglar sus chanchullos personales. De hecho, el nombre oficial de la ley es «Medidas para la tutela del ciudadano contra la duración indeterminada de los procesos». Del ciudadano Berlusconi, se entiende.

Lo cierto es que no habría mucho que objetar si Berlusconi fuera un ejemplo de hacer lo posible para agilizar los procesos, pero es que es campeón mundial en retrasarlos. Por ejemplo, ahora ha empezado el juicio del caso Mills, después de que le hayan quitado la inmunidad que se había dado por el morro, y ya está diciendo que no va porque le viene mal. Y así hasta que prescriba. Es el famoso argumento del «legítimo impedimento».

Por ejemplo, este viernes dijo que no podía asistir al juicio porque tenía que inaugurar un tramo con túnel de la autopista Salerno-Reggio Calabria. Sí, han leído bien, es la autopista que se lleva construyendo desde hace 40 años. Siguiendo las metáforas absurdas, es como si fuera a inaugurar un muñeco de nieve en los Alpes: siempre hay un tramo de la autopista Salerno-Reggio Calabria que se puede inaugurar. Aunque hace menos de un mes, el 13 de noviembre, a la inauguración de otro túnel de la misma autopista apenas fue el presidente del Anas, el ente público de carreteras. Debió de ser por esto que el tribunal no lo admitió como excusa, y entonces nuestro hombre alegó que tenía consejo de ministros. Convocó uno el jueves y otro el viernes, por si acaso. Luego ya pasó totalmente de la autopista, pero no avisó, y una nutrida comitiva de autoridades le esperó en el túnel durante más de dos horas, hasta que el obispo local -suelen ir a estas cosas- se hartó del plantón, lo inauguró él mismo y se largó.

Convendrán conmigo en que todo este lío de presentar justificantes, como en clase, es una lata. ¿Qué hacer? Naturalmente, otra ley: la ley del legítimo impedimento. Los chicos de Berlusconi, sus abogados-diputados, están en ello y parece que servirá para extender un permiso, renovable cada seis meses, para ausentarse de los procesos a miembros del Gobierno y parlamentarios. Tras fallarle la inmunidad el diligente equipo técnico del magnate le están haciendo una serie de leyes por el estilo para trampear en lo que se pueda.

Pero no se alarmen, pese a estas artimañas, no dejará de hacerse justicia, porque al final Berlusconi siempre logra la absolución, la verdadera, la única que cuenta: la del pueblo en las urnas. Los jueces que se dediquen a las multas de tráfico.

¡Cuánta razón tiene don Luigi Verzé, famoso sacerdote y empresario hospitalario, amigo de Berlusconi! (Señor de la foto) Hace poco ha repetido en una entrevista lo que dijo en 1994, cuando el magnate entró en política: «Berlusconi es una bendición para el país, un don de Dios a Italia». Y dejó esta reflexión sobre la Justicia y los últimos líos de faldas de su amigo: «No quiero juzgar. Berlusconi es un hombre, no un santo, aunque yo en cada hombre veo la santidad. Italia es un país profundamente cristiano, un país maravilloso, pero está perdiendo el respeto por sí mismo hurgando en la basura, está desacralizando y pisoteando sus valores en un dramático vacío de cultura. Y lo peor de nuestra cultura son algunos magistrados. La Justicia en Italia siempre ha sido una espada de Damocles sobre la cabeza de cualquiera. Por desgracia algunos magistrados no tienen el sentido de la Justicia». Amén.

Y sigamos viendo ‘El complejo de la esclava nubia’:

Sinopsis: La suegra dice al protagonista que en la dichosa película a su hija sólo se le ve una teta, y que además entonces no estaban casados, era sólo su prima. Ya ven que lo de las ‘veline’ viene de lejos. Vemos al presidente Beozzi ante el cartel de la peli, una de esas de serie B de las que hemos hablado otras veces, un ‘peplum’ con destape. Abrumado, el hombre se hace sus cálculos: habrán conocido a su mujer unas 1500 personas, “influyentes y no influyentes”, y dada “la ventolera de inmoralidad que se ha abatido” sobre Italia, un 30% irán a ver la peli. Ah, eran esos hermosos tiempos en que la gente iba al cine: 360 individuos “!ó 360 posibilidades de ser arruinado!”.

Llama a su mujer para saber en cuántas escenas sale (sólo en una) y, por suerte, al final se acuerda de preguntar si el recién nacido es niño o niña. Luego lo tenemos en el cine, viendo él solito la película. Fuera está la policía. Es el clásico uso para chanchullos personales de un grupito de agentes de confianza o de células de servicios secretos. Uno en política no es nada sin ellas.

Cuando llega el momento culminante, el famoso baño, pasa muy rápido. El presidente detiene la proyección, pero el empleado le explica que ese trozo ha sido censurado y que los fotogramas acabarán en la hoguera. A nuestro protagonista le embarga la felicidad. Sin embargo, en una aburrida reunión con unos japoneses, ante la palabra ‘comisión’ (y mediante la transformación imaginaria del inglés de un delegado en puro acento romanesco), se le ocurre que los componentes de la comisión de censura sí han visto la escena de su mujer. Pide la lista de miembros de la comisión y ¡¡hay uno que conoce a su mujer, un periodista!! Deja su despacho a toda prisa, aunque le espera una visita importantísima relacionada con la remolacha holandesa.

Y ahí lo tenemos esperando a la comisión de censura. El periodista que conoce sale clamando contra la obscenidad de una escena que se acaba de cargar. Nuestro héroe le aborda, simulando que se ha equivocado de piso, intentando escrutar si sabe algo, y antes de volver a la sala “a ahorrar otra obscenidad a Italia” el periodista le envía distinguidos saludos a su señora. El presidente, muy supicaz, le pregunta por qué, y el hombre no sabe qué decir, explica que sólo porque se está despidiendo. Luego encuentra al director del filme censurado y le sugiere que no se le ocurra hacer alguna llamadita para presionarle -un clásico más-, porque con él eso no funciona. “A mí no me mueve nadie de mis ideas”, concluye. “Te muevo yo”, jura el protagonista. Y así vemos en la siguiente escena al periodista de corresponsal en Moscú. Un clásico de las componendas de la RAI.

Pero no se acaba ahí la pesadilla: ¡la película era una coproducción italo-egipcia y seguramente en Egipto se verá íntegra! En la siguiente escena vemos cómo vuelve el material a Italia, con la voz en off de una carta indignada del ministerio, que pide explicaciones al presidente Beozzi de cómo es posible que haya firmado un acuerdo para hacerse enviar las copias de la película ¡a cambio de 200 kilómetros de tubos de oleducto y doce vehículo ‘bulldozer’!. Otro ejemplo clásico del uso personalizado del poder. Y vemos al presidente quemado desquiciado la película. Pero en eso se da cuenta de que aún hay negativos de las fotografías publicitarias, hechas por el estudio Nardi de Piacenza.

FIN

Los afanes de este hombre apagando fuegos no son nada con la que se le está viniendo encima a Berlusconi en otro frente judicial. En realidad es algo viejo y estaba ahí dormido desde hace años, como ya contamos cuando repasamos la intensa historia procesual del amado líder del centro-derecha. Se trata de sus presuntas conexiones con la Mafia. Un capo ha decidido colaborar con la Justicia y ahora va y dice que Berlusconi hizo pactos con Cosa Nostra y que incluso está relacionado con los grandes atentados contra el Estado de los noventa. Como dijo el co-líder del centro-derecha Gianfranco Fini el otro día, pensando que no le oía nadie, es «una bomba atómica». Pero le pillaron en un vídeo que sacaron luego. Berlusconi se enfadó mucho y luego tan amigos, como siempre. También se habla de otro vídeo comprometedor que anda por ahí con Alessandra Mussolini y Roberto Fiore, líder fascista de Forza Nuova. Como ven, en Italia últimamente la política sólo avanza a golpe de vídeos robados.

Ya nos detendremos otro día en este proceloso asunto de la Mafia y Berlusconi, qué habrá que ver al final en qué se queda, pero lo que nos interesa ahora es señalar la ironía justiciera del caso: básicamente las novedades se asientan sobre el testimonio de un ‘arrepentido’, Gaspare Spatuzza (señor de la foto). Sí, claro, también los mafiosos un día se arrepienten, entran en un camino de contricción y hacen examen de conciencia. Después, confiesan. Así obtienen beneficios. Todo muy pío. ¿Lo adivinan? Efectivamente, Spatuzza, de 45 años, condenado varias veces a cadena perpetua, que asesinó al sacerdote Pino Puglisi en 1993, ha experimentado en la cárcel una repentina conversión, estudia la Biblia y ya ha aprobado seis exámenes de teología, con excelentes notas en Sagrada Escritura y Patrística.

Es lo bueno de estas civilizaciones católicas, que siempre puede triunfar el bien y la piedad, como en las películas. Si fuera en Suecia lo llevarían claro, como en una de Ingmar Bergman. De esta atmósfera paternal se beneficia la propia Iglesia católica, faltaría más, que para eso la esponsoriza. Por ejemplo, el otro día se supo que el Banco de Italia y la Guardia di Finanza ha descubierto una cuenta secreta del IOR (Istituto Opera di Religione), el famoso banco del Vaticano implicado en célebres escándalos, en la que se han movido 180 millones de euros en los últimos años, en violación de la ley de transparencia y anti-reciclaje. Se ha abierto una investigación, pero me apuesto una cena a que no se llegará nada. Como en las veces anteriores, aunque de esto hablaremos otro día, porque si no estaríamos hasta mañana.

Así que mejor veamos ahora el final de las aventuras de nuestro entrañable presidente Beozzi:


Sinopsis: Vemos a nuestro querido presidente Beozzi en la estación de Piacenza, donde ha ido a buscar al fotógrafo que tiene los benditos negativos de las fotos de promoción de la película. Muerto de frío y desmoralizado, espera a su secretaria, que llega de incógnito. Le trae un fajo de billetes, que ha anotado bajo el concepto ‘Sondeo en el norte’ -un clásico más-. El hombre está fuera de sí y le tiene que frenar la secretaria para que antes de irse firme todos los papelotes atrasados, contratos millonarios de concesiones petrolíferas y cosas así, firmados sin mirar -otro clásico-. Está tan loco que hasta firma el periódico. Se lo ha traído la secretaria porque hay otra proeza de su homónimo Beozzi, el playboy, que se ha batido en duelo en Villa Borghese. La secretaria le confiesa que está preocupada por su estado y le pide al menos que acepte una barra de cacao para los labios. Al despedirse, el presidente le entrega la caja de pastillas mentoladas para que le deposite en el altar de exvotos de su parroquia. Antes toma una, “la última de mi vida”, dice con dramatismo.

El presidente, que lleva días buscando al fotógrafo Nardi, está luego en una tienda de anticuariado, donde le ha dirigido un camarero del hotel. “¿Ah, es amigo de Giorgio?”, pregunta el propietario con interés. “No, pero ha comprendido mi urgencia de encontrar a Nardi”, responde él. Pero no se trata de anticuariado, sino de “algo muy personal”. El dependiente dice que no sabe nada y Beozzi, sin duda equivocando el significado las maneras, apela con sutileza a un posible pasado común: “Me parece entender por sus modales que también usted estudió en el seminario…”. El otro lo niega, repite que no sabe nada y le pide que se vaya. Antes de salir, Beozzi se aplica la barra de cacao de labios y esto atrae un repentino interés del anticuario. Se acerca, con una nueva actitud, y le propone encontrar a Nardi esa misma noche, en un lugar apartado. Un amigo “que sabe todo” le llevará en coche. “Póngase guapo”, le dice antes de irse.

El presidente llega a una villa de las afueras y en el timbre le dicen: “Corola”. El chófer le ayuda y responde: “Pistilo”. Nuestro héroe entra y se encuentra en un fiestón gay por todo lo alto, repleto de personas importantes. En eso llega la Policía y hace una redada, acompañados de ‘paparazzi’, claro, un clásico más. Primera página del día siguiente: ‘La doble vida del profesor Beozzi’. Y en una esquina, una nota aclaratoria: “El conocido playboy Gildo Beozzi quiere precisar que no tiene nada que ver con el profesor Guido Beozzi y de no ser pariente suyo ni en línea recta ni en línea colateral”.

FIN

Maravilloso ¿no les parece? No sé para qué me enrollo tanto si basta con ver películas. Aunque ha pasado el tiempo y hay diferencias claro. Hoy el playboy, por ejemplo, es primer ministro.

Todo esto, el desvarío político, legal y judicial, los vídeos y los trans, sitúa a Italia en una transdemocracia, más allá de la democracia y con un innegable trasfondo espiritual. No sé qué es, si un limbo, un purgatorio, un infierno, un paraíso, pero es otra cosa, y pese a su inequívoco aspecto de absoluta decadencia quizá sea, paradójicamente, una vanguardia, a la que tal vez llegaremos los demás tras un penoso y esforzado proceso de derrumbe. Transdemocracia es como la tontería esa de «país transalpino», utilizado como sinónimo de Italia, pues ser transalpino es condición que cumple cualquier país que esté al otro lado de los Alpes, según la posición geográfica del hablante. Por ejemplo, para mí en este momento España es un país transalpino. Y cada vez lo es más, que no pasa día sin un caso de corrupción.

Por todo esto se echaron el sábado a la calle miles de personas en Roma, en el llamado No-B Day contra Berlusconi, con una simple convocatoria a través de Internet, ajena a los partidos. Cada vez hay más fenómenos de este tipo, meramente ciudadanos, de hartazgo y desahogo, pero todavía no se ve qué salida pueden tener que no sea esa, salir a la calle. Sucede que no es fácil ser italiano, no sentirse representado con casi un millar de parlamentarios. Pero al final llegamos siempre a lo mismo: a Berlusconi le ha votado una mayoría de italianos.

Antes de terminar, les recuerdo que el día de Navidad no deben dejar de conectarse con el ‘Grande Fratello 10’: entrará en la casa un sacerdote para oficiar la misa. Entretanto pueden entretenerse buscando el trans entre los concursantes. Es muy divertido, han dicho que entre toda la tropa de zumbados hay una mujer convertida en hombre, pero no han dicho quién es. Según los responsables del programa, “no hay que tener miedo de mostrar esa Italia que somos, en el fondo, también un poco todos nosotros”.

Aunque esto me recuerda que una de las grandes noticias de la portada de la edición digital de hace unos días era del Gran Hermano español. Literalmente decía: “Indhira, expulsada de Gran Hermano tras agredir a Carol. La joven malagueña ha tenido que abandonar el concurso tras lanzar los hielos contenidos en un vaso de agua a la concursante de Castro”. Y es que encima en España van por Gran Hermano 11. Por delante de Italia.

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