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Íñigo Domínguez

Íñigo Domínguez

Vacaciones en Roma

Sigo de vacaciones, pero por primera vez no me he ido de aquí, así que son… ¡Vacaciones en Roma! Qué bonito.


Qué película maravillosa. Como probablemente ya saben, en esta escena se ve el susto real que se dio Audrey Hepburn ante la broma de Gregory Peck, que la improvisó y no estaba en guión, sobre la leyenda de que quien mentía perdía la mano. William Wyler decidió dejarla así porque quedaba muy bien y reflejaba la espontaneidad de la actriz. Por cierto, ¿alguien puede explicar por qué Audrey Hepburn es el modelo adorado de casi todas las chicas? En algunos casos llega a extremos de fenómeno religioso.

Entre las muchas anécdotas del filme hay otra de la secuencia final. Reclutaron periodistas extranjeros reales para la escena de la rueda de prensa y por ahí aparecen el corresponsal de ABC y el de La Vanguardia. Imagino que los sacaron de la Associazione della Stampa Estera, la asociación de la prensa extranjera, fundada por Mussolini para darse bombo y asegurarse el control de los reporteros, pero que aún sigue funcionando. Quizá algún día quizá hablemos de ella. Sólo adelanto que aceptan gente como yo.

Todos pensamos en ‘Vacaciones en Roma’ cuando hablamos de vacaciones en Roma, a saber por qué. Pudo usar un título tan obvio porque a nadie se le había ocurrido antes y con ella nace, en realidad, el mito moderno de Roma en el cine y para el turismo. Por algo la he encontrado con subtítulos en japonés (creo, si no me pueden corregir lectores más instruidos). La Bocca della Verità tiene siempre una cola de decenas de japoneses y otros turistas, para repetir la escena y hacerse una foto. Es el efecto del cine. Curiosamente pocos entran luego a la iglesia de Santa María in Cosmedin, donde se halla, que es preciosa, sobre todo si uno mira al suelo tras acostumbrarse a la oscuridad.

Cuesta creerlo, pero el cine había ignorado Roma, la ciudad, hasta 1953, el año de ‘Vacaciones en Roma’. Es interesante reconstruir la génesis de la película. El mito clásico de Roma existía desde hace siglos, naturalmente. Primero por ser capital del imperio, luego por lo religioso y después por lo artístico hasta que llegó el Grand Tour en el XVII, con Goethe sudando entre búfalas, o Stendhal extasiado ante los capiteles. Roma siempre ha vivido de las rentas, hasta hoy, pero tras la Segunda Guerra Mundial la ciudad era un gran pueblo amodorrado. Como ahora, tampoco ha cambiado tanto. Los únicos guiris eran curas y turistas pijos, que se lo podían permitir. Hasta que empezó a llegar otro tipo de fauna, la de Hollywood.

Hollywood aterrizó en Roma atraída todavía por el mito clásico, para rodar películas de época, pero sobre todo por un motivo aún más clásico: el dinero. Por una astuta ley, las casas de producción norteamericanas no podían sacar del país los ingresos de sus películas en Italia, así que la Metro Goldwin Mayer tuvo una idea de cajón: invertir el dinero allí mismo en hacer películas, que luego sí se podían exportar. Además, los costes eran muy bajos y había una mínima industria del cine en Cinecittà, creada por Mussolini en 1937. El filón del genero imperial fue el primero y más evidente del negocio. Sólo había que ver la lista de los filmes más taquilleros. En los cuarenta explotó el neorrealismo: Roma città aperta (Rossellini, 1945), Sciuscià (De Sica, 1946), Ladri di biciclette (De Sica, 1948),… Hoy están en un pedestal, pero ¿cuál fue el taquillazo de la época? Fue ‘Fabiola’, en 1947, de Alessandro Blaseti. No se engañen. Como pasa hoy -el otro día una de las primeras noticias de la edición digital era que Edward James Olmos había sido detenido por llevar fruta-, la gente no quería saber nada de la realidad.

¿No está mal para la época, no? ¿Se han fijado en el tipo con la pierna arrancada? La he encontrado en francés porque se rodó con muchos actores franceses. Entre ellos, el gran Michel Simon.

Blasetti es uno de los mayores artesanos del cine italiano, y su carrera atraviesa el mudo, el sonoro, el fascismo, la posguerra, el neorrealismo y llega a la comedia a la italiana. Con ‘Fabiola’ fue, por ejemplo, el primero en resucitar el género ‘kolossal’, inaugurado en 1914 por Giovanni Pastrone con ‘Cabiria’. Al igual que entonces -‘Cabiria’ fascinó a David Wark Griffith y lo copió de inmediato-, Hollywood redescubrió el filón, abandonado con el sonoro, con ‘Fabiola’, o más bien, al preguntarse qué demonios podían rodar en Roma para gastar el dinero que los malditos italianos no les dejaban llevarse.

La película se basó en una popular novela de un cardenal sevillano del XIX, Nicholas Wiseman. Bueno, nació en Sevilla, pero era de padres irlandeses. Era todo un dramón de mártires y centuriones. El Vaticano financió parte de la película, pues entonces estaba volcado en adoctrinar a las masas para combatir el comunismo, la batalla crucial desde la posguerra hasta hoy. Tenía su propio partido, la Democracia Cristiana (DC), y controlaba la censura, pero el cine era un arma fundamental. Los historiadores no tienen claro que en el Coliseo (Colosseo en italiano) murieran cristianos, pero eso son detalles insignificantes. Además, aunque sea una trola, los papas salvaron el Coliseo de la rapiña y el derrumbe al declararlo lugar sagrado en el siglo XVI dentro del negocio del jubileo.

A lo que íbamos. Los estudios de Hollywood se pusieron a hacer películas como churros, del género imperial y de ahí salieron ‘Quo Vadis’, ‘Ben Hur’,… Eso llenó Roma del mundillo californiano, de ligues entre extras, de vacaciones romanas, de juergas nocturnas, de aventuras románticas,… Pero lo curioso es que hasta 1953 y ‘Vacaciones en Roma’ a nadie se le ocurrió a hacer una película de la propia ciudad y de esa vida de Roma que empezaba a gestar la Dolce Vita (véase el fotógrafo que acompaña a Peck, precedente del famoso Paparazzo). Si se le suma el ‘efecto Hemingway’, entonces en el ápice de su fama (ganó el Nobel al año siguiente), del que se calca el personaje de Gregory Peck, la historia estaba servida. Ah, qué vida debe de ser la del corresponsal en Roma… El cine ha hecho estragos en los cerebros de varias generaciones, y mejor no hablamos del que tengo encima en estos momentos.

En los próximos días, por puro entretenimiento, y por estar de vacaciones, que serán largas, recorreremos el cine de vacaciones en Italia. Divagando un poco, para variar, y por el placer de recordar películas, una de las mejores formas de conversación, si se exceptúa el hablar mal de los demás y de los jefes.

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