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Íñigo Domínguez

Íñigo Domínguez

Cosas normales en Italia (20): adoración de niños y ancianos

Con todo lo que llevamos hablado del desdén italiano por las reglas y su desconfianza innata por las estructuras artificiales, debemos añadir una consideración sobre la contrapartida humana que lo acompaña. Si bien el interés general, el bien común y el sentido del deber son cosas que al ciudadano se le suelen escapar, porque en medio siempre hay alguien que se aprovecha y, por tanto, no tiene mucho sentido, es extraordinariamente sensible al interés particular, el bien individual y el sentido de la necesidad cuando se le presenta una situación concreta en la que él puede intervenir directamente. La solidaridad y la ayuda a las personas, al vecino o incluso al desconocido con problemas pueden desencadenar auténticos derroches de generosidad. El italiano prefiere las distancias cortas, lo que ve, lo que toca con la mano, de lo que se puede fiar.

Un ejemplo muy claro es el trato que se dispensa, en general, a los niños y a los ancianos. Es un amor y respeto reverencial. Los niños, sobre todo, son sagrados y se les idolatra. Cualquier cosa se puede parar si hay un niño por medio. Hasta los policías de guardia con la metralleta en el Parlamento dejan su puesto para hacer carantoñas y caras a un chaval que pasa. En una tienda, en un restaurante, en el supermercado, las madres con el cochecito tienen toda la prioridad y nunca molestan. Las embarazadas, por la misma razón, son objeto de todo tipo de atenciones y miramientos. Todo el mundo por la calle les da ‘auguri’, se interesa, pregunta, se vuelve como de la familia.

Con los ancianos, muy presentes en todas las familias, pasa lo mismo. Italia es el país con más viejos del mundo. Está dominado por las gerontocracias, como ya hemos dicho alguna vez, de la política al Vaticano, pero el lado bueno es que la gente mayor tiene mucha presencia pública y prestigio social. Se les deja el sitio en el autobús, se les hace pasar antes, se les escucha y andan por el barrio como por su casa.

Son esas cosas antiguas tan buenas que Italia sabe conservar, junto a las malas de las que tanto hablamos.

Por desgracia, según mi experiencia las últimas veces que he ido, en España esto se está perdiendo de forma alarmante, con ese carácter agrio que se está imponiendo en muchas ciudades. Somos todos muy modernos.

Si hay un cineasta que ha sabido tratar con ternura a niños y ancianos es sin duda el gran maestro Vittorio De Sica. Hace ya 60 años, en 1948, revolucionó el cine con este niño y esta película.


Es, naturalmente, ‘Ladri di biciclette’, Ladrones de bicicletas, que en España fue titulada en singular, ‘Ladrón de bicicletas’. Médicos de toda solvencia recomiendan verla al menos una vez al año, o como máximo, cada dos años.

Cuatro años después De Sica hizo ‘Umberto D’, sobre este jubilado al que la pensión ya no le llega para nada. Desesperado y hambriento, va al Panteon, hoy lleno de turistas…


Hablando de gerontocracia, en 1948, cuando se estrenó ‘Ladri di biciclette’, Giulio Andreotti, que ya estaba en el Gobierno y ahí sigue mangoneando todavía, de senador vitalicio, criticó la película porque ofrecía una imagen negativa de Italia. «Los trapos sucios se lavan en casa», dijo. Bueno, pues en eso siguen, hasta arriba de trapos sucios y con la lavadora atascada.

Otra maravillosa película, ‘C’eravamo tanto amati’ (1974, Ettore Scola), que en español tuvo dos títulos, ‘Una mujer y tres hombres’ y, más fiel, ‘Nos habíamos querido tanto’, resume esta idea. Cuenta la historia de Italia a través de la vida de tres amigos. Mira por dónde, sale también de refilón el tema que nos ha ocupado recientemente de la movida estudiantil.


Sinopsis: Uno de los tres protagonistas recuerda la primera vez que vio ‘Ladri di biciclette’ en un cine-club de las fuerzas vivas de Nocera Inferiore, pueblecito de Salerno, en el sur. “Eran los años fabulosos en los que el cine italiano se imponía como el único fenómeno de verdadera renovación cultural, gracias a Rosellini, Zavattini, De Sica,…” Aquel debate, confiesa, fue memorable y determinó el camino que seguiría su vida.

Abre el debate un profesor: “Obras así ofenden la gracia, la poesía, la belleza, estas mierdas nos difaman ante el mundo, bien ha dicho un joven católico de gran porvenir, cercano a De Gasperi, que los trapos sucios se lavan en casa (Andreotti)”

Pide la palabra el narrador, el profesor Palumbo: “Esta noche hemos visto una película ¡¡¡estupenda!!! ¡Esto nos hace ver a los verdaderos enemigos de la colectividad, justo en esos defensores de la gracia, la poesía, la belleza y de todos los otros valores de vuestra cultura burguesa!”.

Réplica: “¡Estas bellas lecciones de anarquía el profesor Palumbo las suministra a los alumnos de mi escuela! ¡Ya ha salido la denuncia para las autoridades de Salerno!”

Palumbo: “¡Esos alumnos que usted quiere tener sometidos bajo la ignorancia borbónica!”. “¡Pero Nicola, por una película!”, intenta tranquilizarle su mujer.

Interviene el farmacéutico: “¡Denuncia sacrosanta, el profesor Palumbo fomenta el odio social!”.

Y dice otro: “¡Y sobre todo ofende las tradiciones morales de Nocera Inferiore!”

Palumbo: “¡Nocera es inferior porque ha dado el poder a individuos ignorantes y reaccionarios como vosotros tres!”

Le dejan solo, confirmándole que está despedido. “Pídeles perdón”, dice su mujer. “No, nunca”, responde él. “Claro, así tu dignidad está a salvo, con los extraños, pero con tu mujer, con tu hijo… Qué hacemos ahora, quién nos mantiene, mi padre claro… ¡Tienes que elegir Nicola, o el ideal o la familia!” “¿¿¿¿Pero por qué????” “¡Porque el mundo es así!” “Pues si es así hay que cambiarlo, ¿o no? ¿O te va bien así?”

El poder del cine y del arte. El ideal o la familia. ¿El mundo es así o no, y hay que cambiarlo?
Gran película, gran país.

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