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César Coca

Divergencias

Maldita la gracia

Hubo gente que se partió la cara por hacer del humor un arte serio y
respetable. Si nos ponemos pedantes y lejanos, habría que citar al gran
Aristófanes (léanse ‘Las asambleístas’, que acaban de salir en Alianza
Editorial por seis euros), y también al Rabelais de ‘Gargantúa’ y por
supuesto al archicitadísimo Cervantes y su ‘Quijote’ (lo serio que se
ha puesto el personal hablando de él). Toda esa gente se jugó el
prestigio para hacer reír al respetable, cuando hubiera sido mucho más
fácil escribir tragedias o libros gesta a mayor gloria del gerifalte de
turno.
Antes se decía que la comedia estaba poco valorada. Hoy nadie podrá
decir lo mismo. La gracia está por doquier. Enciendes la tele y oyes un
montón de risas enlatadas y ves a unos tipos que hacen los graciosos,
que se ríen todo el rato, implorando y arrodillándose para que los
espectadores lo hagan y no cambien de canal. Enciendes la radio para
enterarte de cómo van los partidos de fútbol y sólo puedes oír a unos
locutores que quieren elevar la audiencia y  el buen rollo a base
de carcajadas impostadas. De los políticos, para qué hablar. Su risa y
su sonrisa se han convertido en  algo siniestro.  Los ves
reírse entre ellos y piensas en lo peor. Y luego está Torrente, que no
es precisamente Peter Sellers en ‘El guateque’, y cuyo éxito se debe
sin duda al éxito imperial de la risa tonta.
Uno se pone serio y lo echan a patadas. Por favor, que vuelvan Martes y Trece.

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