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César Coca

Divergencias

¿Debe ser culta la persona que dirija un departamento de Cultura?

Lo habrán leído ustedes en las páginas de EL CORREO: la ministra francesa de Cultura ha reconocido que no ha leído ni una página de Patrick Modiano, el escritor galo que el próximo 10 de diciembre recogerá el premio Nobel de Literatura en Estocolmo.
Cuando la Academia sueca anunció el galardón, el pasado día 9, la ministra hizo público un comunicado en el que decía: «De La Place de l’Etoile a su última novela, Pour que tu ne perdes pas dans le quartier, su obra impregnada de una dulce melancolía se aventura con una infinita poesía en los repliegues de la memoria y los meandros del recuerdo». De ese comunicado se pueden asegurar dos cosas: primera, que no lo había escrito ella. Segunda, que se podía haber dicho lo mismo con un poco menos de cursilería.
Hay que agradecer a Fleur Pellerin su sinceridad. Pero también es preciso criticar su falta de reflejos. Porque ha tenido un par de semanas para leer algo de Modiano (sus libros no tienen muchas páginas). Seguro que tiene una carga importante de trabajo, pero conocer la obra del autor que ha ganado el Nobel también forma parte de sus obligaciones. Sin olvidar que es probable que represente a Francia en la ceremonia de Estocolmo y sería un poco vergonzoso que justo ella se alineara con los presumiblemente pocos asistentes que en ese momento no habrán leído nada del galardonado.
Dicho lo cual, ¿es importante que quien está al frente de la cartera de Cultura tenga un conocimiento directo de la mejor producción cultural de su país? Pienso que no es imprescindible –no se puede saber de todo, además– pero sí muy conveniente. Hay estupendos gestores culturales que no son personas de una cultura exquisita. Y personas cultísimas cuya gestión en ese negociado ha sido un desastre absoluto. No es precisa una cultura enciclopédica, pero tampoco conviene que se noten algunas importantes carencias. El ejemplo es fundamental.