Muere Liz Taylor, y cada vez quedan menos representantes de esa generación de grandes actores y actrices que nos hicieron soñar. De ese Hollywood en el que había más estrellas que en el cielo, como decía el eslogan. Actores con una enorme capacidad para llenar la pantalla y con vidas tan agitadas y turbulentas como exigían los cánones de la época para ayudar a abarrotar los cines y copar las páginas de las revistas especializadas y los diarios de todo el mundo.

Repaso la lista de filmes que protagonizó la actriz de los ojos violeta y contemplo mi infancia en ellas. Las películas que vi en las sesiones dobles de tarde de domingo en cines de Bilbao y en la televisión en blanco y negro de aquellos años. Dramas de Tennessee Williams, Scott Fitgerald y Carson McCullers , el profundo sur estadounidense, personajes torturados… Y esa espléndida Cleopatra, fría y digna como una esfinge, con esos ojos capaces de hipnotizar.

Comparo a Liz Taylor (y a Katherine Hepburn, Audrey Hepburn, Grace Kelly, Olivia de Havilland y Marilyn, entre tantas otras) con Angelina Jolie, Jennifer Aniston o Scarlett Johansson, y me parece que no hay color. Ninguna tiene esa fuerza, esa pasión. Ninguna tiene tampoco una vida tan novelesca. Con Liz Taylor se va una parte de nuestra memoria sentimental, de esas películas con las que aprendimos a amar el cine. Prefiero no recordar sus filmes a partir de finales de los setenta (no creo que haya nada memorable) ni sus fotografías de estos años de enfermedad y decadencia. Quiero quedarme con su imagen en Gigante o Cleopatra. Y sus ojos color violeta.