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César Coca

Divergencias

Semana Santa y cultura

Lo confieso: me gustan las procesiones de Semana Santa.
Me parece que, al margen de las cuestiones relacionadas con la fe (muy
importantes para muchas personas, poco para otras y nada para el
resto), se trata de una manifestación artística y antropológica de primer orden. Dejaré la antropología para otro momento. Hablemos sólo de arte y de su sentido dramático.

Las procesiones ofrecen la posibilidad de ver imágenes de algunos de los mejores artistas de los últimos siglos: de Salzillo a Juan de Juni, de Berruguete a Gil de Siloé o Gregorio Fernández, pueden contemplarse obras soberbias. También está el desfile de los congregantes o nazarenos con sus trajes y capirotes: una verdadera coreografía
con un delicado equilibrio de colores. Las nocturnas tienen además el
efecto añadido de los faroles, los cirios y las antorchas. Un diseñador de producción cinematográfico no sería capaz de crear algo ni siquiera parecido. Y está la música: el solo de los tambores, que pone los pelos de punta, o marchas fúnebres, como la maravillosa de Thalberg que suena en la procesión de la Vera Cruz el Jueves Santo por la tarde (creo que es así; por favor, que alguien me corrija si me he equivocado de procesión) en Zamora.

Me gustan más, mucho más, las castellanas que las andaluzas.
Puede ser un problema de carácter, pero el silencio de las primeras
pone al conjunto un dramatismo que a mi entender no existe en las del
sur. Y muchas veces el escenario es también mejor: ver desfilar los
pasos por las callejuelas próximas  a las catedrales de Toledo y Zamora, por la plaza Mayor de Valladolid o la rúa Mayor de Salamanca, saliendo de la catedral, es equiparable a un gran espectáculo.

Repito que no entro en el aspecto religioso del asunto. Me parece del todo respetable que haya gente que aproveche para rezar o que se emocione con las escenas de la Pasión.
Escenas que, al margen de cualquier otra consideración, forman parte de
nuestra cultura. Yo hablo de la Semana Santa como fenómeno cultural. Y
me parece que no hay que perdérselo.

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