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César Coca

Divergencias

Leer perjudica seriamente la salud

La idea de abrir un debate sobre las relaciones entre el alcohol y la literatura es bastante antigua y sólo sirve para dar el primer paso de un camino lleno de recovecos, cambios de sentido prohibidos, peajes con barrera y, desde luego, controles del alcoholemia. Podría servir para hacerse preguntas del tipo: ¿Pasarían un control antidoping los escritores? ¿Qué fue primero, la borrachera o la literatura? ¿Cuántos libros sólo son comprensibles con una copita de más?, etc…

En medio de tantas preguntas sin respuesta me quedó con la capacidad de evocación que tienen algunas lecturas a la hora de animarte a tomar un trago. Voy a citar cuatro casos, consciente de la lista es corta y admite tantas propuestas como gustos o estados de ánimo.

1.- ‘Bajo el volcán’: Es el origen de este comentario. El otro día lo mencionaba con motivo del Día de los Muertos. Diga lo que diga Collins, un tequila reposado es bien bueno, tan bueno como un buen orujo. Y hay que ser muy frío para leer el libro de Lowry sin sentir ganas de echarse un mezcal al coleto. (Con gusano)








2.- ‘El largo adiós‘: En este libro de Raymond Chandler aparece una estoica receta del gimlet (ginebra y lima). Philip Marlowe y su amigo Terry Lennox beben litros y litros de esta combinación en el Victor. Con cada trago va naciendo una amistad que, con el tiempo, se convertirá en una trampa. (La foto es de Elliot Gould, que interpretó al detective de Chandler en el cine de la mano de Robert Altman. Es muy sesentero y se puede discutir si es un buen Marlowe)




3.- ‘Islas en el Golfo’: Hemingway es uno de los escritores cuyo nombre no se puede separar del consumo de alcohol. De todas las bebidas de las que habla en sus libros me quedo con unos especiales gin tonics que su protagonista bebe sin reposo en el capítulo final de Islas en el Golfo. Hace un calor abrasador, navegan en un barco por los cayos de Cuba y están persiguiendo a los supervivientes de un embarrancado submarino nazi. ¿Qué toman? Heineken y unos gin tonics a los que, sabiamente, añaden el agua de un coco recién cortado de la palmera.

(En ese viaje, al protagonista le acompañan dos vascos. Conocí a la viuda de uno de ellos, que creo que todavía vive en Vitoria. Es una venerable señora que explica sin reparos como Hemingway, al describir ese imaginario crucero tras los marineros nazis, se inspiró en las salidas de pesca en las que viajaba con su esposo cuando vivían en Cuba. Según ella, aquellas jornadas no eran otra cosa que una excusa para emborracharse hasta perder la conciencia. Y esta venerable señora me contó, escandalizada, como a veces le daba vergüenza ir a la casa de Hemingway, porque se encontraba a en la piscina del Nobel a Marlene Dietrich y Ava Gardner ¡desnudas!).






4.- ‘Gambito de caballo: En uno de los cuentos de esta colección, el gran William Faulkner describe la receta del whiskey sour sureño: Limón, agua, whiskey y azúcar. No se pueden dar más datos sobre esta combinación, puesto que -tal y como sucede en la historia- desconocerla puede ser una prueba de cargo en un juicio por asesinato.



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