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César Coca

Divergencias

Está bien, hablemos de sexo

Hace unos meses, el periodista británico Norman Lebrecht comentaba un libro de Blair Tindall, una oboísta estadounidense, que ha sacado a la luz algunos de los aspectos menos nobles de la música clásica. Uno de ellos es el consumo de drogas, al parecer bastante generalizado en las orquestas del otro lado del Atlántico. Otro es el sexo. Blair  reconoce que hubo de saltar de cama en cama para conseguir casi todos sus trabajos primero y para mantenerlos más tarde. Y, al parecer, no es la única.

Esta confesión pone de relieve que la música no es ajena a un fenómeno que parece común a otros ámbitos de la cultura y, sobre todo, el espectáculo. No entraré aquí en detalles de las biografías de algunos personajes del cine, que para eso están los compañeros de Pantallazos. Pero sí quiero destacar que la presencia del sexo, y no es sólo cuestión de alcobas, es cada día más relevante en el presuntamente espiritual mundo de la música clásica.

No hay más que ver las portadas de algunos discos y las imágenes que se recogen en las páginas webs de los (y, sobre todo, las) artistas. No me refiero, claro está, al glamour, a los vestidos y peinados de alguien como Anne Sophie Mutter o Anna Netrebko. La violinista alemana y la soprano rusa, y su casa de discos, aprovechan su físico en las portadas. Si tuviesen 80 años y fuesen feas no lo harían, claro. Yo no tengo nada que objetar. Hablo de cosas muy diferentes.
Hace algún tiempo escribí un reportaje sobre este asunto. Entonces, lo más llamativo eran las fotos tipo ‘miss camiseta mojada’ de Vanessa Mae y el desplegable que la revista Playboy hizo con una foto de la violinista Linda Brava.




La también violinista Lara St. John había protagonizado poco antes un disco de Bach en cuya portada aparecía fotografiada de cintura para arriba con su violín como único atuendo. Hubo un notable escándalo. Y, sin embargo, la pose de Lara St. John empieza a ser casi mojigata a tenor de lo que estamos viendo. Porque el fenómeno va a más.

Un solo ejemplo. La violonchelista Diana Obscura recoge en su web fotos de una performance realizada en una galería de arte. No sé (no se informa de ello) si interpretaba una obra para violonchelo solo de Nan Jum Paik que requiere que la intérprete vaya desnudándose a medida que avanza la partitura. Pero lo cierto es que la señorita Obscura terminó de la guisa que podéis ver. Y me parece que incluir una secuencia de fotos así en su web se justifica sólo por razones de mercadotecnia o de exhibicionismo. Nada que ver con la obra de arte.


¿Ayuda a vender discos o entradas a los conciertos de música clásica ver a las artistas en carne viva? Esto me recuerda unas declaraciones de la ¿actriz? Paris Hilton, quien animó a los jóvenes a que vieran su ¿película? diciendo que merecía la pena pagar la entrada sólo por ver su desnudo. En fin, que llegaremos a Bach, Nan Jum Paik o Beethoven, qué más da, por una autopista de tejido epitelial (hablo ya como los forenses de CSI). ¿Para cuándo un concierto con toda la orquesta como Dios los trajo al mundo (pero más crecidos)?

Por cierto, el artículo de Lebrecht está traducido al castellano y publicado en el número de septiembre de la revista Scherzo (pero no se encuentra en la red).

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