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Un año más de vida

Se me acabó la temporada. Toca hacer balance. Siempre he pensado que el baloncesto es fiel reflejo de la vida. Como la vida, el baloncesto da constantes lecciones. Aunque no soy ya precisamente un crío, intento seguir aprendiendo. De la vida y del baloncesto.
Varias han sido las enseñanzas recibidas desde distintos frentes. De charlas de maestros y locos apasionados de este maravilloso mundo comprendido entre dos canastas, de debates de tarde de café, de conversaciones nocturnas, de chácharas tempraneras, de reflexiones compartidas en viajes, de paseos con palique, de diálogos de besugos con fondos inteligentes. De experiencias nuevas vividas desde dentro, de otras disfrutadas desde fuera, de algunas sufridas sin quererlo y de otras padecidas queriendo. De malos tragos, de aficiones compartidas, de reencuentros maravillosos, desencuentros encontrados y encuentros desencontrados. De descubrimientos inesperados, de olvidos provechosos, de sueños no cumplidos, deseos inalcanzables, anhelos correspondidos y esfuerzos baldíos. De amigos, compañeros, rivales y desconocidos. De entrenamientos, de partidos, desde dentro, desde fuera, como aficionado, como profesional. De mayores, menores, canijos y abuelos. Lecciones de baloncesto.
A veces, un minuto escuchando vale por un año y una frase entre un millón ayuda a focalizar los esfuerzos y a orientar los objetivos. Ni siquiera tiene que ser un lema grandilocuente pronunciado de forma majestuosa y lapidaria. Basta con que sea esencial y recoja lo fundamental.
En una de las tertulias de TVR a la que nos ha invitado esta campaña la simpar Nuria Jiménez para hablar de baloncesto, el técnico del Cocinas.com, Antonio Pérez Caínzos, hablaba de que el principal objetivo de un club no debía ser formar jugadores para el primer equipo, sino sacar gente para el baloncesto, personas que, de una forma u otra (aficionados, entrenadores, padres de futuros jugadores, fisioterapeutas, médicos, preparadores físicos…), se suban a esta ola en la que cabalgamos unos cuantos, unos muchos, para que seamos cada vez más.
En unas pocas palabras, Antonio resumió cuál debe ser el objetivo de aquellos que estamos inmersos en el baloncesto para que siga avanzando, progresando y que queremos, sobre todo, que enamore cada vez a más gente.
Con esta lección me quedo. Pero el año me ha dejado muchas más. Además, me ha servido para reforzar convicciones, cambiar perspectivas y modificar pareceres.
He descubierto que los tiempos han cambiado que es una barbaridad (no necesariamente a mejor en muchos aspectos); que aunque para algunos el baloncesto sea la cosa más importante de las cosas menos importantes, no es necesario alcanzar unos objetivos deportivos esperados para adivinar que la meta lograda no es menos buena que la prevista. Que puede ser cierto que vale más defender el valor de un grupo de amigas que encontrar un equipo en el camino. Que un ‘gracias’, un abrazo o una sonrisa, llenan más que cualquier copa. Que la madurez no la dan sólo los años (para bien y para mal), que hay que saber para enseñar pero que es tan necesario el cómo como el qué; que vale mucho más el convencer que el imponer; que para evolucionar también sirve parar y volver atrás, aunque suponga empezar otra vez de cero.
El baloncesto me ha recordado que la amistad hay que cuidarla y que debe ser correspondida; que los amigos de verdad están siempre, incluso en las buenas; que las amistades eternas a veces se convierten en caducas y que a veces el estar cerca descubre que estabas lejos; que la confianza se da, no se toma; que los recuerdos alimentan el presente, pero que el ahora no puede vivir de partes del ayer ni anclado en bonitos pasados.
Me alegra pensar que 20 años no son nada y a la vez son demasiados. Que vendrán muchos más y que, como nos ha pasado siempre, volveremos a repetir mil veces eso de “Otro año más y aquí estamos los mismos”, y a nuestro lado seguirán muchos otros (algunos que ya estaban, otros que se unirán). Me reconforta saber que lo que nos mantiene juntos va más allá de lo que nos unió.
Me reafirmo en mi convicción de que hay que ser valiente para asumir responsabilidades, apechugar con nuestros actos y aceptar sus consecuencias; que una ayuda a veces es un lastre y que el mejor apoyo en muchas ocasiones es el silencio; que no hay mal que cien años dure (ni cuerpo que lo resista); que hay que pensar antes de hablar… y de escribir; que en una conversación siempre hay dos partes; que suele ser lo razonable analizar el porqué pasan las cosas y ponerse en el lugar del otro antes de cargar, apuntar y disparar.
Me declaro fan incondicional de los minis más minis. Porque en los peques, en sus risas, en sus alegrías, en sus aciertos, en sus despistes, en sus intentos, en sus carreras, en sus ilusiones, sus gestos, sus miradas pícaras, incluso en sus enfados y sus lágrimas puras, podemos encontrar el alma del deporte. Es en ellos donde se halla el verdadero espíritu del baloncesto y son esos minúsculos atletas los que nos ayudan a reconocer de nuevo la sustancia y el aroma de esos primeros encuentros que nos hicieron enamorarnos de nuestro querido juego. Porque cada vez tengo más claro que el baloncesto es un juego. Sin duda, cuenta con su base importante de compromiso, compañerismo y esfuerzo pero, además, aporta valores que poco tienen que ver con la confrontación, la rivalidad irracional o las tonterías infantiles de efectos y desenlaces con mal final.
Recalco mi respeto máximo y adoración por todos esos veteranos que siguen disfrutando como niños, dejándose su aliento y el poco tiempo libre que les queda en la pachangas de colegas y en torneos municipales. Y pido para las nuevas generaciones que ese entusiasmo de los mayores se transmita por el aire y que las paredes de los polideportivos y las canchas callejeras se impregnen de este bendito virus para contagiar a aquellos que deben ser el futuro sobre las pistas y los impulsores de los que vendrán detrás de ellos.
Debo resaltar el mérito de pueblos, de pequeños colegios, de clubes familiares, que sacan equipos de donde parece imposible; que rascan nuevos adeptos para la causa; que no miran el marcador puntual sino los resultados a largo plazo, esos resultados que hacen que un grupo minúsculo crezca para pasar de renacuajos a equipos armados detrás de un escudo.
Quiero felicitar a los campeones de todas las categorías, a todos los demás equipos participantes, a los que hacen posible que todo ruede desde el campo, los banquillos, las gradas, los despachos. Todos ellos son el baloncesto riojano.
No quiero dejar pasar, por último, mi oportunidad de desahogo, la que me permite poder decir que estoy harto de la palabra ‘top’, más harto aún de los ‘muy top’; de la titulitis; de las verdades absolutas; de pancartistas; de autoproclamados agitadores de conciencias; de fingidos salvadores de la patria; de decencias indecentes; de falsas apariencias; de sermones ex cátedra; de la palabrería barata y las caras aportaciones. Pretendo escapar de las dobles lecturas; dejar claro que todo es opinable y defender todas las voces.
Ha sido un año que se ha hecho largo y que al mismo tiempo me ha parecido corto. Ha sido un año más de vida, un año más de baloncesto.

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El baloncesto visto desde el punto de vista del aficionado

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