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Nanga Parbat, un ochomil con guardaespaldas

Un cuerpo especial de policías protege a los alpinistas que van a escalar el Nanga
Parbat desde que en 2013 un comando talibán asesinó a once en el campo base

 

El 22 de junio de 2013 oscureció un día tranquilo en el Nanga Parbat. Los últimos rayos de sol se reflejaron en la pirámide superior del noveno ochomil del planeta antes de sumir en la oscuridad un campo base semivacío aquel día. Apenas dormían una decena de alpinistas de los casi cincuenta que estaban intentando escalar la montaña. Menos mal. Los demás habían aprovechado el buen tiempo y se encontraban en los campos de altura equipando la ruta y realizando una de las últimas rotaciones del proceso de aclimatación. Para muchos, la siguiente sería el ataque a cima.

Sobre las diez y media de la noche, los habitantes del campamento –junto con los alpinistas había casi una veintena de paquistaníes empleados en tareas de cocina y servicio a las expediciones– se despertaron sobresaltados por los gritos de una docena de policías locales, que reclamaban su presencia. En realidad, se trataba de talibanes que habían robado los uniformes y habían obligado a punta de fusil a dos guías locales a llevarles hasta el campo base. Hicieron salir a todos de las tiendas y, tras separar a los locales, vaciaron sus Kalashnikov sobre los escaladores –tres alpinistas ucranios, tres chinos (uno de ellos con doble nacionalidad estadounidense), dos eslovacos, un lituano y un sherpa nepalí– y un cocinero paquistaní que había salido en su defensa.

Alex y tres de los policías con el Nanga Parbat al fondo.

La tragedia conmocionó al mundo, especialmente al alpinístico. Y puso en alerta a las autoridades de Pakistán, para las que el turismo de montaña en el Karakorum y el macizo del Nanga Parbat se ha convertido en una creciente y jugosa fuente de ingresos. La decisión llegó a las pocas semanas: Hasta nuevo aviso, todas las expediciones al Nanga Parbat, un ochomil aislado de los otros cuatro que hay en Pakistán y situado en una zona de fuerte implantación talibán, tendrían que llevar escolta.

Se lo tomaron tan en serio que las autoridades nacionales crearon un cuerpo de élite de cien policías que instruyeron en alpinismo y supervivencia en alta montaña en la Army High Altitude School de Rattu, en la zona de Astore. Cuatro de ellos acompañan este invierno a la expedición de Alex Txikon en el Nanga, que intenta lograr la primera ascensión invernal a la conocida como Montaña Asesina, un siniestro sobrenombre que se remonta a los años treinta del siglo pasado, cuando la Alemania nazi fijó su orgullo ario en este ochomil y las dos expediciones que intentaron escalarlo a sangre y fuego se saldaron con el balance de 26 muertos.

A estas alturas del invierno, en el campo base solo quedan ya dos expediciones de las cinco que iniciaron la temporada. Y con ellas, los cuatro policías que velan por su seguridad. Ikramatjan Naqepa, con 37 años, es el más veterano y el que ejerce de jefe. También el más locuaz, y menos reticente a salir en las fotos, «quizás porque es el único que sabe ingles» explica Alex Txikon a través del teléfono satélite.

En realidad, Ikramatjan reivindica unos galones no concedidos oficialmente en su condición de número uno de la promoción instruida en la Army High Altitude School. Chachu, como se hace llamar para los amigos, fue galardonado por ese motivo con una medalla y 5.000 rupias (unos 50 euros) a parte del correspondiente certificado que entregaron a todos.

Los policías han acabado convirtiéndosee en unos miembros más de la expedición.

Chachu, al que le gusta posar orgulloso con su kalashnikov, «nos muestra sus fotos y nos asegura excitado que con ellos aquí estamos ‘en buenas manos’, porque se trata de un curso muy completo de 80 días en los que combinan horas de teoría con prácticas de tiro, prácticas también en río, escalada en hielo, rápeles, orientación, running…», explica Alex.

Sin embargo, la mente de Chachu vuela lejos del Nanga Parbat. «En el cuartel de Goharabad gano 32.000 rupias al mes (unos 320 euros), no está mal si lo comparamos con otros salarios, pero prácticamente vivo en el cuartel, lejos de mi pueblo y mi familia», explica. Solo tiene tres o cuatro días de permiso al mes y siempre y cuando los pida.

Así que Chachu ya tiene entre manos una alternativa. China ha puesto sus ojos en Pakistán y está invirtiendo ingentes cantidades de dinero en sus infraestructuras a cambio de electricidad y la libre explotación de algunas de sus materias primas como las piedras preciosas. Una de esas infraestructuras es una gran presa que anegará unas tierras de Chachu en Chilas, la ciudad más cercana al Nanga. Así que le ha tocado la lotería. El Gobierno paquistaní ha valorado en 25.000 dólares esos terrenos, aunque de momento sólo ha cobrado 6.000. En todo caso, toda una fortuna allí en Pakistán. Y ya tiene planes para invertirlos: La construcción de un pequeño hotel en su pueblo (Fairymedow), en la vertiente Rupal del Nanga Parbat, a tan sólo tres horas del campo base. «Los cimientos ya están, a ver si ingreso más dinero y puedo empezar con los tabiques. En cuanto el hotel esté en marcha y empiece a generar lo suficiente, dejaré el servicio militar y me dedicaré a viajar junto a mi mujer y mis cuatro hijos».

Chachu enseya a Alex el funcionamiento de su kalashnikov.

Tres de los policías, en la cocina junto a los dos jóvenes ayudantes del cocinero.

Pero cuando la vida parecía comenzar a sonreír a Chachu, un trágico suceso sacudió hace unos días la vida de su familia. «Hace tres días se enteró que han matado a uno de sus primos», cuenta Alex. «Lo pillaron acostándose con una mujer casada y el hermano de ella mató a los dos. Ella tenía tres hijos y él deja once hijos y una viuda que seguramente será repudiada por su familia y condenada así a la pobreza extrema», continúa el alpinista vizcaíno. «Aquí los crímenes familiares de honor están a la orden del día. Todo el mundo tiene un kalashnikov en casa y no hace falta ningún permiso para hacerse con uno. Y normalmente estos crímenes quedan impunes», concluye.

Ese mismo honor que ha traído la desgracia a su familia impide a Chachu moverse del campo base, que solo abandonará cuando Alex y sus compañeros vuelvan a casa. Así que su rutina diaria que comienza con el proceso de descongelar el fusil en el fuego de la cocina continúa invariable. «El Gobierno no nos cobra por ellos, pero a cambio nosotros les tenemos que proporcionar alimento y techo durante toda la expedición, así que comparten con nosotros cocina y mesa», explica Alex.

«Son gente maja, sencilla. Al principio te impone un poco verlos siempre con el kalashnikov colgado al hombro, pero te acabas acostumbrando». Y pese a lo que pueda parecer, se toman su trabajo en serio. «El otro día, escuchamos unos pasos cerca del campamento por la noche y no dudaron en salir con las linternas a ver que podía ser. Hasta que no se cercioraron que se trataba de un zorro no volvieron».

Alex Txikon hace equipo con Simone Moro

La conquista en invierno de un ochomil como en Nanga Parbat es lo más parecido a un asedio que puede haber. Y la paciencia y la resistencia son tan importantes (o más) que las aptitudes técnicas de los escaladores. La meteorología lo condiciona todo y pueden pasar semanas (y casi meses) sin una una ventana de buen tiempo que permita el ataque a cumbre. Y eso es algo que desgasta, y mucho, a los alpinistas. Txikon y su equipo llegaron al campo base del Nanga poco antes de Nochevieja. Otras cuatro expediciones estaban ya allí en pos del mismo objetivo. Mes y medio después, de aquellos cinco grupos solo quedan Alex y su compañero Ali Sadpara, porque el tercer integrante de la cordada, el italiano Daniele Nardi, también ha tirado la toalla y hace una semana se volvió a casa.

Alex, Ali, Tamara y Simone comprueban la 'meteo' en el ordenador.

Pero el vizcaíno ha encontrado un inesperado aliado, Simone Moro. El alpinista con mayor número de ochomiles invernales en activo llegó a finales de enero al Nanga con su compatriota Tamara Lunger. Tenían previsto intentar otra ruta, pero tras comprobar su estado, acabaron por pedir permiso a Alex para subir por la suya. El de Lemoa no solo se lo concedió, sino que finalmente han acordado unir fuerzas para realizar el ataque a cumbre todos juntos.

Y en ello están. El mal tiempo les tiene bloqueados en el CB desde hace dos semanas, pero estos días les ha dado una pequeña tregua. Justo la que necesitan para ascender hasta el campo 3 y completar la última rotación del proceso de aclimatación, en el que Simone y Tamara están algo más justos que Alex y Ali. Hoy (lunes) han escalado hasta el C2 (6.100 m.) tras una dura jornada en la que han tenido que abrir huella y recuperar las cuerdas fijas tapadas por la nieve. Allí están pasando la noche y mañana tienen previsto subir hasta el C3 (6-700 m.). Con ello darán por concluida la aclimatación y retornarán al campo base. La próxima vez que vuelvan a la montaña será para subir hasta su cima por primera vez en invierno.

 

Fotos: Colección Alex Txikon.

Por Fernando J. Pérez e Iñigo Muñoyerro

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