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Siete metros

De más a menos

Una de las premisas inexcusables para poder triunfar en un gran torneo es crecer con cada partido. Dar un poco más en cada encuentro, mostrar algo nuevo en cada duelo. Repasen y verán. La Roja no empezó excesivamente bien las dos eurocopas y el mundial que ganó. Los chicos del baloncesto no empezaron arrollando en el mundial de Japón o en el europeo de Lituania. Ni siquiera en el mundial de Túnez arrancó bien el equipo de balonmano. Todos ellos, empero, tuvieron la virtud de afianzarse, de creer en ellos mismo, de saber ser mejores conforme avanzaba la competición. Todos ellos tuvieron la necesaria fuerza mental para sobreponerse a los problemas que la competición fue poniéndoles delante.

Pues bien, ese camino es el que está siguiendo la selección femenina, y el  no el equipo masculino. El partido ante Croacia ha sido un nuevo ejemplo de ello. Sin aturullarse, controlando, combinando, defendiendo, España dio otro pasito más en su juego, y con ello otro paso hacia las medallas. Ya está en semifinales. La derrota ante Corea en el primer partido fue la necesaria llamada de atención, y desde ese momento cada día se ha visto algo diferente, algo que hacía el juego del equipo mejor que el día anterior.

En los chicos, lamentablemente, no ha pasado eso. A un buen segundo tiempo ante Serbia siguió la derrota ante Dinamarca, el mal juego ante la débil Corea, la victoria ante una Hungría que tiró la toalla cuando se vio abajo y decidió guardar fuerzas, y la derrota frente a Croacia, con un juego plano y carente de mordiente tanto atrás como adelante. Previsiblemente, Francia nos pasará por encima el miércoles y nos mandará a luchar por uno de esos puestos insulsos tan pegados a la historia del balonmano patrio.

¿Y dónde está la razón de estas trayectorias tan opuestas? En el espíritu competitivo de los jugadores, por supuesto; en la unión del equipo, indudablemente; y en el carácter del entrenador, sin género de dudas. Dueñas es un técnico respetado por sus jugadoras, admirado, que convence por la fuerza de los ellos y porque obtiene resultados con sus métodos y sus ideas. Valero Rivera fue un gran técnico, pero que durante cuatro años abandonó las labores técnicas para dedicarse a su empresa de representación de jugadores. Hasta que tuvo mono. Y volvió. Pero ya nada es lo mismo cuando das el paso a un lado. Dice Javier Yepes, reputado técnico de las categorías inferiores del Real Valladolid de fútbol, que el deportista de élite es egoista por condición, que solo cree en el que le hace ganar y que cuando tiene una duda sobre su jefe, inmediatamente encuentra mil excusas para justificarse. Por ejemplo. Si Rivera tiene una empresa de representación de jugadores, a mi no me representa y juego menos que el otro al que sí representa, yo juego menos porque no soy de su cuadra, no porque sea peor.

Ese tipo de argumentaciones íntimas -ningún profesional reconocerá en público algo siquiera similar-, son demoledoras para un vestuario. Se siembra la desconfianza y aparecen las miradas de recelo contenido. Y contra eso no hay antídoto salvo los triunfos. Pero si no ganas siempre, la mala hierba acaba creciendo. Justo lo que le está pasando a España

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El balonmano, desde el punto de vista del portero

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